La alegría de Lulú no disminuye porque le falte un brazo. Esa perrita pintada de café y blanco caminaba y corría, brincaba y saludaba a los demás perros de la Caminata de Mascotas... Bueno, no a todos, pero sí, al menos, a los que iban adelante.
"Es cruzada —dijo Juan Guillermo—. Tiene cuatro años".
Bajaron de Boston a las ocho para estar puntuales en el sitio de partida, los bajos del Puente de Barranquilla. Con algunos otros participantes —Orión, un labrador de dos meses, entre ellos— comenzaron la caminata a la hora prevista. Ascendieron con amplitud por ese pavimento, aún no muy caliente, de la avenida Regional. Se detuvieron en un par de puntos de hidratación —media docena de canecas azules, del tamaño de barriles de petróleo, llenas de agua, dispuestas cada 200 metros—. De modo que sin apresurarse y sin tumultos, 45 minutos después, ya habían dejado atrás el puente de San Juan. No se inmutaban porque el viento llevara hasta ellos un olor a podrido proveniente del río, tal vez por el verano.
"Cuando tenía seis meses, la pisó un carro por la casa —comentó Juan Guillermo, de unos 25 años, flaco y de tez trigueña, que hablaba sin perder de vista a Lulú—. Vi que corrió de lado y pensé: ¡uy, la partió… He oído mencionar que si, después de un accidente de esos, el animal orina y defeca, está de muerte. Y ella hizo las dos cosas. La bajé corriendo al primer veterinario que encontré. Dijo que solo se le había inflamado un nervio y que con una inyección se aliviaría. Días después, como no mejoraba, la llevé a la Universidad de Antioquia. Dijeron que la única opción era amputarle el brazo desde la raíz. El animal jamás se desanimó. Al principio, le daba miedo salir, por los carros, pero se acostumbró. Siempre es así, alegre".
Juan Guillermo silbó para que no se alejara demasiado y contó que algunos lo han felicitado por ayudarle a su amiga a perseverar. Otros, en cambio, lo han criticado: que por qué no le hizo aplicar la inyección letal. "¿De modo que si a mí me deben amputar un brazo, me deben matar?", les pregunta a esas personas.
Detrás de los punteros, miles de animales y humanos ocupaban la vía. "Son unos 20 mil participantes" —reveló Leonardo Pérez, de la organización—. "Gatos, una vaca, un pato y aves domésticas también vienen", dijo.
Vimos perros de cien razas distintas; unos con gafas; otros, con sombrero; los demás, con pintas de la Selección Colombia de fútbol; perras con pollera de bailarina. A una mujer empujando una carretilla en forma de cancha de fútbol rodante con siete perros chiguagua... Pero no la vaca.
El nudo humano y animal estaba de Colombia hacia el Norte. Decenas de caballos de carabineros; una tanqueta, vaya usted a saber para qué; dos tractomulas con remolque en las que viajaban orquestas; vendedores de camisetas caninas, otros de helados y de comestibles, retenían a la multitud para dar tiempo a que empezara la transmisión de televisión prevista para las 10.
Teo, el gato blanco y negro de Estefanía, llegó en bus de Guayabal y siguió cargado en los brazos de ella todo el rato.
Mientras Lulú llegaba sin afanes y sin estrés, disfrutando de cuanto veía, la que no estaba satisfecha era Luna, una pequeña píncher negra. Abrazada a la blanda almohada formada por los senos de Leidy, temblaba y lloraba como clamando por salir pronto del tumulto.
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