No se trata de las que levantaron dos mil años antes de Cristo los faraones egipcios en Giza, para dar perennidad a sus nombres y proezas, a la vez que para cubrir sus restos, que creyeron inmortales, mientras ellos realizaban el viaje sin retorno. Nos referimos a las que unos cuantos buscones levantaron para engañar y defraudar a un pueblo ingenuo, ajeno en su pobreza a los intríngulis y enredos indescifrables de las ciencias económicas.
Las pirámides son en gran manera la radiografía de nuestro pueblo, enviolentado por caciques y gamonales, engañado con falsas promesas por éstos y por sus jefes de cuello blanco que terminan parloteando en un Congreso garrulo, obsesionado por el ajetreo electoral, al que condicionan su quehacer parlamentario, lo que se atraviesa en su función legislativa. Pueblo oscilante entre una malicia indígena y una ingenuidad que también lo es. Claro está, que entreverada con sangre hispana de conquistadores y encomenderos, ansiosos de oro y de mujer aborigen para calmar la pasión acumulada a lo largo de la navegación azarosa en crujientes galeones, que los llevan sobre las olas procelosas hacia la aventura inmensa de una América tórrida, reverberante bajo los soles del trópico.
Marcial Picavea, sociólogo y escritor español, escribía hacia finales del siglo XIX en su obra El problema Nacional: "...esta enérgica y persistente sicología de repulsiones y explosiones, de irresistibles estallidos de la pasión furiosa e impulsiva o de inercias inconmovibles de la pasión melancólica y deprimente: el hombre que se revuelve feroz y llega hasta el crimen por el inocente quebranto de cinco céntimos y ese mismo hombre que contempla impasible cómo una fuerza brutal le arrebata su hacienda (...) no se acaba nunca el amplio bagaje experimental que presta la peregrina biografía de nuestro pueblo para demostrar en todas sus obras el predominio de la actividad impulsiva, pasional, sobre la actividad intelectiva, voluntaria".
¿No hay un inquietante parecido entre ese español y su descendencia multiétnica en la más hispana de las colonias imperiales de ultramar? Lo ocurrido con las desgraciadas pirámides configura respuesta elocuente a la cuestión. ¿Cómo un pueblo inteligente, malicioso, reticente a todo lo que altere su cerrado círculo vital, se deja esquilmar con un engaño que ofrece lo imposible?
Pues así es. Como también la reacción feroz y vandálica cuando advierte la burda estafa en la que invirtió sus ahorros y su escuálida fortuna.
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