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Las silenciosas mafias del patrimonio arqueológico

EL DE PATRIMONIO arqueológico es un gran negocio ilegal. En el mundo, le sigue a los narcóticos, armas y animales exóticos.

  • Hernán Pimienta, coordinador de arqueología del mismo Museo, muestra una pieza de la "colección Pimont". | Donaldo Zuluaga | Santiago Ortiz, curador de antropología del Museo de la U. de A., dice que los bienes arqueológicos no deben tener precio.
    Hernán Pimienta, coordinador de arqueología del mismo Museo, muestra una pieza de la "colección Pimont". | Donaldo Zuluaga | Santiago Ortiz, curador de antropología del Museo de la U. de A., dice que los bienes arqueológicos no deben tener precio.
13 de febrero de 2010
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Chume. Éste era el nombre -o por lo menos así sonaba- de un indígena cuyo espíritu custodiaba un tesoro en una montaña de Guarne. Se hizo entender de Dúber Bustamante, el espiritista que acompaña a guaqueros, para decirle que no entregaría las riquezas a los hombres ambiciosos que iban con él esa noche. Que sólo se las daría a él mismo y a su amigo Carlos Ospina, allí presente, si prometían destinar los recursos a comprar medicamentos a las personas más pobres de la región.

Los demás, al recibir el mensaje, trataron de defenderse diciendo que no, que ellos no eran ambiciosos. Que su plan era establecer una empresa en la que darían empleo a muchas personas.

"¡Trabajo! Bastante trabajo tuvimos aquí. ¡Estuvimos esclavizados! No quiero saber nada de eso".

Invitó al espiritista a cavar un pozo de tres metros de hondo, que él le entregaría el tesoro, aunque no especificó qué elementos lo constituían.

"Cuando uno busca una guaca, nunca sabe lo que va a aparecer -explica el experto en asuntos paranormales-. Monedas o barras de oro de la Colonia o de los siglos XIX y XX o vasijas y figuras precolombinas. A veces no hay más que fragmentos de éstas o hasta una simple aguja que mantiene penando a un alma".

Chume insistió. Pero Dúber Bustamante no aceptó la propuesta. Los demás tampoco pudieron sacarla.

Como puede colegirse, Dúber no es guaquero. Los guaqueros lo buscan para que les indique dónde está la guaca. Y que en caso de que esté vigilada por "alguna entidad", logre convencerla de que les entregue el tesoro. Si está maldito o encantado, de enviar al espíritu maligno a su lugar, el Infierno, y de ese modo no le esté cambiando de sitio. Acciones por las cuales no cobra un céntimo. No puede. Si lo hiciera, perdería ese don. Nadie ha dicho que no pueda recibir alguna recompensa, si se la quieren brindar, pero si apenas le dicen "gracias", él queda tranquilo.

Según cuentan los mismos guaqueros de Guarne, cuando sacan un objeto precolombino, en el mejor de los casos lo llevan a su casa para dejarlo de adorno. Pero existe el agüero de que es mejor quebrar "el materito", como le dicen a estos objetos del pasado remoto, y botar los pedazos otra vez en la tierra. Ah, y no tapar el hueco. Les traería mala suerte. No volverían a encontrar nada y lo que hallaran, se les acabaría muy pronto.

"Aunque también hay oraciones para conjurar el hueco", advierte el espiritista.

Los guaqueros dicen que a ellos no les interesa sino el oro. Incluso cuando hallan precolombinos, consideran que nada encontraron. Que perdieron tres o cuatro meses en el monte, soportando la crudeza del Sol; la dureza de la tierra en la que apenas sí se tienden a descansar entre plásticos que los cubren de la lluvia y del frío.

Y esas piezas que dicen desdeñar, herramientas, arte y artesanías precolombinos, son un negocio jugoso, no tanto para guaqueros como para intermediarios, quienes constituyen una mafia: el tráfico de bienes precolombinos ocupa un deshonroso cuarto lugar en movimiento de ganancias en el mundo, detrás del narcotráfico, el comercio ilegal de armas y el de animales.

"Valdría la pena hacer un estudio del dinero que mueve esta actividad ilícita. Del mismo modo que calculan los volúmenes de droga o de armas que se trafican en el mundo; los circuitos clandestinos, sus responsables. No se tiene", señala el antropólogo Diego Herrera Gómez, director del Instituto Colombiano de Antropología e Historia -Icanh-, quien se lamenta porque las leyes en el orbe son blandas para los traficantes de bienes del pasado.

Esos elementos que llevan los guaqueros profesionales o esporádicos a los coleccionistas particulares o las galerías de arte, en muchas ocasiones salen al extranjero. Algunas cifras de la Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura, hablan de 10.000 piezas exportadas ilícitamente desde Colombia cada año. Otras, más conservadoras, hablan de más de 4.000. Sin embargo, la repatriación de esos bienes es difícil y de trámite lento. De 1998 a 2007, lograron recuperarse 83 piezas. En 2008, más de 200 piezas, procedentes todas de Estados Unidos.

Negocio jugoso
Con Carlos Ospina, más conocido como Azafrán, un trovador y hombre de radio, fuimos a buscar uno de los sitios en que su tío Víctor, en compañía de otro hombre, ha estado buscando un tesoro. Es un cerro cercano al de El Órgano, al que se accede caminando por un bosque de pinos. En lo profundo de una cañada vimos el sitio de trabajo, ya abandonado. Los plásticos con que se cubrieron, las canecas plásticas con las que desviaban el cauce de una quebrada, junto a su nacimiento, puesto que, al parecer, los buscadores estaban convencidos de que los indígenas habían ocultado algo bajo su lecho. De la Corporación Autónoma Regional Rio Negro-Nare -Cornare- los obligaron a abandonar su empresa antes de culminarla: estaban afectando esa fuente de agua, una de las que surte el municipio.

"He sido testigo de que encuentran pequeños lingotes de oro, estatuillas y ollitas de barro", cuenta Azafrán.

Los recuperadores de vestigios del pasado saben o por lo menos sospechan que la suya es una actividad ilegal: son reacios a hablar del asunto y ninguno de ellos cuenta que haya encontrado algo.

Se sabe de algunos, como Víctor Ospina, el del parqueadero La Inmaculada, que han vendido sus propiedades, casas, fincas, para dedicarse de lleno al oficio de desenterrar bienes del pasado. Pero ellos, a quienes hay que sacarles las palabras con tirabuzón, cuentan con detalle sobre los espantos que los han asustado; los sonidos de flauta sin flautista que los han disuadido; las gallinas con pollos de oro que han visto corretear por entre los matorrales; las cuevas indígenas en que se han metido y en las cuales no alumbra su linterna; las herramientas indias que han desdeñado; pero, eso sí, no dicen que hayan encontrado ni un ínfimo gramo de oro. Dan a entender que los embriaga una pasión. Nada más.

En Colombia, donde se ha empezado a endurecer la ley, "no es un delito tipificado por el código penal, es decir, no es encarcelable. No podemos capturar a un negociante de piezas arqueológicas. Solamente decomisarle los bienes que tenga y, en caso de que intente burlar el control aduanero para sacarlos del país, cobrarle una multa que oscila entre cinco y 500 salarios mínimos mensuales", indica John Marulanda, integrante del Grupo de Patrimonio Cultural de la Dijin de la Policía Nacional. Pero advierte: "el Ministerio de Cultura adelanta un proyecto de ley que permita solucionar el problema".

"En la vereda La Clara hay mucha tradición de guaquería -cuenta Víctor Ríos, inspector de Tránsito de Guarne-. Cuando los guaqueros quieren vender una pieza arqueológica de cerámica, prefieren dirigirse a coleccionistas particulares o dueños de galerías de arte. Y el precio lo determinan por el tamaño, no por la antigüedad ni otro valor. Y cuando encuentran una figurita de oro, la venden en el comercio ordinario, es decir, en las casas de empeño. Lamentablemente no tienen la costumbre de llevarla a la Casa de la Cultura".

Capos de aquí y allá
"Actualmente, el Icahn espera la repatriación de bienes arqueológicos desde cinco países diferentes: España, Italia, Alemania (Patterson), Dinamarca y Francia", advierte Diego Herrera Gómez.

Si es una mafia, hay capos. Se dice que en el mundo, uno de los más señalados es un costarricense llamado Leonard Augustus Patterson. Un hombre de 67 años, con ocho matrimonios a cuestas, descrito por la Interpol como "un explorador nato; un hombre negro de nariz ancha, labios gruesos y cabellera china, que ha escarbado la tierra desde que tiene memoria. Su primer hallazgo arqueológico lo realizó a los siete años en un sembradío de papa de la aldea de Costa Rica donde creció". En el decenio del sesenta fue diplomático y consiguió contactos suficientes en Europa. Desde esa época hasta la presente se ha entregado a conseguir miles de artículos de origen maya, inca, olmeca, chorotega o quechua, procedentes de México, Belice, Costa Rica, Guatemala, Panamá, Colombia, Perú y Ecuador, mediante excavaciones ilícitas y saqueos de sitios arqueológicos, según denuncias de los gobiernos de las naciones perjudicadas. En los ochenta estuvo preso en Estados Unidos por tráfico de material precolombino. También ha traficado con animales. Se desplaza por toda Europa, México, Panamá, Estados Unidos y Costa Rica. Se cree que radica en Suiza o tal vez en Alemania o Dinamarca.

En Colombia, el Icanh espera la repatriación de unas piezas de las que él presuntamente se apropió y permanecen en una casa de subastas de Alemania entre un millar de elementos más de otros pueblos, valorados en más de 100 millones de dólares.

Otro traficante conocido mundialmente es Antón Roeckl, "un alemán sin escrúpulos" que vivió un tiempo en el Perú y se dedicó a coleccionar miles de tesoros de las culturas prehispánicas. También el italiano Ugo Bagnato, quien estuvo radicado en Florida, Estados Unidos, donde desde 2007 estuvo preso durante 17 meses por traficar con estos bienes testimoniales del pasado remoto, tras los cuales fue deportado a su país de origen. Este hombre tuvo piezas de culturas colombianas: piezas de oro y esmeralda, así como vasijas, algunas de 2.500 años de antigüedad. Fueron devueltas a Colombia, por medio del embajador.

Los mafiosos las comercian en prestigiosas casas de subastas como Gaia y Christies, en Francia. En la Casa Gaia, una máscara de oro de la cultura Tumaco-Tolita puede costar 400 mil euros.

La colección Janssen, en Bélgica -cuyos esfuerzos de repatriación por parte del Estado colombiano resultaron infructuosos y el caso fue cerrado negativamente en 2006-, tiene unas 350 piezas precolombinas, entre ellas 141 colombianas. De éstas, una casita de oro de la cultura Calima (1 a 800 d.C.), un monolito de San Agustín, un pendiente de esmeralda, un singular lote de orfebrería, cerámica y piedra.

Traficantes en Colombia
En Colombia hay muchos traficantes que buscan a los guaqueros para comprarles a bajos precios sus hallazgos. Sus identidades no se divulgan como las de los capos del narcotráfico. En los cables de noticias, los datos de las autoridades son incompletos: dan apenas el nombre y las iniciales de los apellidos. Por ejemplo, dicen: "un hombre español y una mujer colombiana, Luis Ángel M. S. y su esposa, Albenis O.A., a quienes se les atribuye traficar con arte prehispánico de Ecuador y Colombia, en España".

"Los indios querían el Sol del amanecer y el del atardecer. He subido al cerro El Órgano muchas veces. Allí hay tres cuevas. Suena un órgano. A veces sale un perro que es un espíritu. Late, pero yo sé que no es por ahuyentarnos. A veces encontramos "materitos" y manos como las de pisar maíz, piedras raritas, paleticas de madera", cuenta Víctor Ospina, quien agrega: "y no, no es que yo siempre busque guacas: es que yo tengo épocas en que sin buscarlas, ellas me persiguen".

A la colección de Antropología del Museo de la Universidad de Antioquia fue entregado en el año 2007 una vasta colección de cerámicas de diversas culturas de Colombia, por parte del Icanh. El Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) las había decomisado cuatro años antes al actor francés Claude Pimont, conocido en Colombia por su participación en algunas telenovelas, como La dama de Troya. Ánforas, cántaros, urnas funerarias, copones de culturas de Nariño, Quindío, Tolima y varias más hacían parte de la colección de este extranjero.

Diego Herrera, el director del Icanh, explica que los traficantes sacan esas joyas del país con doble certificación: una de que son falsas o simples réplicas, para que pasen sin problema ante las autoridades aduaneras; otra, que se expide cuando la pieza ha dejado el país, en que se certifica que es auténtica, para obtener por ella alto precio en las subastas o ventas individuales.

Los compradores son millonarios que buscan estatus, un prestigio de intelectuales, luciendo piezas del patrimonio cultural en paredes o jardines de sus lujosas viviendas.

Pero mientras los traficantes bailan la danza de los millones, los guaqueros son los más estigmatizados y los que menos ganan en esa cadena ilegal. Un galerista de Medellín, poseedor de algunas cerámicas precolombinas, dice que él las vende a 200 mil pesos aproximadamente.

Tendrían que hallar varios objetos en cada excavación para obtener una suma de dinero grande por esas piezas del pasado, que compense el tiempo invertido en el trabajo y, más que nada, el susto. No el que causan los espíritus malignos que debe ahuyentar con sus oraciones Dúber Bustamante, el espiritista de Guarne, sino el que le han causado a Víctor Ospina, el guaquero de Guarne, los ruidos de tropas marchando o trotando en la oscuridad: grupos de paramilitares o guerrilleros que corren por el Cerro de El Órgano, donde él intenta sacar guacas indias desde hace tiempos, él dice que sin éxito.

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