La pesadilla del silletero: llega el día del Desfile y, con él, la volqueta del Municipio en que suelen bajar las silletas de Santa Elena al punto de partida de la procesión florida, "¡y yo sin terminar mi silleta…".
Entonces Felipe Londoño Londoño se despierta y levanta de un brinco de la cama, asustado de que ese episodio no sea parte de un sueño, sino la más cruda de las realidades. Sale al patio sin importarle el frío, la oscuridad, a cerciorarse de que, en efecto, el artefacto multicolor quedó terminado desde la madrugada, cuando resolvió tumbarse unos minutos en la cama.
Este sueño no es solo de Felipe, quien lo cuenta mientras disfruta despacio el almuerzo de fríjoles, arroz con tajadas de plátano maduro y carne frita que ha servido su madre, Blanca. Pero al decir suyo, lo padecen todos los Londoño Londoño y, según tiene entendido, todos los silleteros del alto.
Y debe ser cierto que es un asunto generalizado. Su hermano Mauricio, el ganador absoluto del Desfile de Silleteros del año pasado, me lo contó igual, días después en el centro de la ciudad, mientras se asoleaba por parques y barrios promoviendo el acto central de las fiestas.
En las noches previas al Desfile de Silleteros, ni los participantes ni sus familiares duermen gran cosa. Y la víspera, menos. Se la pasan creando las silletas, las del Desfile y las que les encargan para decorar centros comerciales. La vida se les va entretenida, reunidos con familiares y vecinos alrededor de las artesanías. Niños y viejos deambulan por la casa llevando flores, otras personas están sentadas en un rincón desgranando vira vira... Alguien más "monta tintico" para calentar el ambiente nocturno...
Los Londoño Londoño constituyen una de las familias con más tradición en ese certamen. Iván, su padre, tenía 14 años cuando comenzó a desfilar, en 1964. "Éramos cien silleteros, si acaso". El certamen había comenzado siete años antes, en 1957. No había carreteras internas en Santa Elena, de modo que los silleteros debían irse a pie desde la media noche, vestidos con sus trajes típicos, su silleta terciada a la espalda, él desde Barro Blanco y cada cual desde su vereda, hasta la carretera que conecta a Rionegro con Medellín, y seguir cuesta abajo hasta llegar a la ciudad a las tres o cuatro de la madrugada. Había quienes esperaban el bus de escalera que bajaba de Rionegro, hacían montar sus silletas en el capacete y se iban pendientes de que nada pasara.
Los niños, pidiendo pista
"El Desfile no era de la Feria de las Flores. Se hacía como en mayo, en las fiestas de la Virgen —cuenta el risueño Iván—. Recuerdo que la primera vez, en la Oficina de Fomento y Turismo, me pagaron 110 pesos por la participación".
Las silletas, explica Iván, no eran como las actuales. Todas eran como esas coronas fúnebres, circulares, de unos 70 u 80 centímetros de diámetros, que les preparaba con chusco una doña Honoria. Luego, cada cual compraba paquetes de flores, las ensartaban en esa corona vegetal y las sostenían con alambre.
En 1988, cuenta Blanca, los uniformaron. "Las mujeres vestíamos con falda negra, camisa blanca y chalina negra. Así como aparecen en esas fotos mis suegros, María Natividad y Misael Antonio, y mis papás, Céfora y Pedro Luis". Más tarde, en 2005, les cambiaron el atuendo por faldón de flores pintadas, blusa blanca y zapatos conocidos como abuelitas. Los hombres siempre han usado ruana. A pesar del calor que suele hacer. "La pecadora. Así le decimos a la ruana —cuenta Iván—. Desde ese mismo año para acá, tiene que ser negra. No es para abrigarnos: la ponemos en la espalda para que amortigüe la carga y no nos tallen las tablas del armazón".
Las fotografías a las que se refiere Blanca hacen parte de un conjunto de por lo menos una docena de registros visuales del Desfile, en diferentes épocas. En otras aparece ella con su arreglo floral y, claro, los demás de la familia. En otra pared de la sala, no caben los galardones.
"Aquí, en esta casa, y en muchas veredas de Santa Elena, vivimos en función de las silletas —cuenta Felipe, quien bebe su vaso de guandolo, pues terminó de almorzar—. Los niños andan por ahí ayudando; después, luchan por participar en la modalidad infantil y, después, no ven la hora de que los grandes suelten el cupo para tomarlo ellos". Así, quien esto dice recibió su puesto, el número 130, de la abuela Natividad, y Jhonatan, uno de sus hermanos, el número 129, del abuelo Misael.
A los Londoño al cuadrado, como aparece en el chaleco azul que los identifica, no les queda más opción trabajar como hormigas hasta el domingo del Desfile de Silleteros, para que no se convierta en realidad la pesadilla que los atormenta por estas épocas del año.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6