Ficción. Ni más ni menos. Al mejor estilo de George Lucas. Avatar se quedó en palotes: las Farc están conformadas por campesinos simples, comunes y silvestres, dedicados al cultivo de lulo, el maíz, el cacao y la yuca, porque, según uno de ellos, "son el sostén de nuestra supervivencia". Eso es lo que se ve en el documental Farc-EP, Insurgencia Siglo XXI, un filme salido de cualquier amago de verdad, dirigido por alias "Diego Rivera", donde la ficción hace sus delicias. ¡Stanley Kubrick, tienes alumnos aventajados!
Cosa contraria creen aquellos que lo vieron por primera vez. Unas 200 personas reunidas en el Teatro Gaumont de Buenos Aires, Argentina, saborearon, obnubilados, lo más fino de la mentira propagandística. Se tragaron el cuento.
Uno de los espectadores, una señora adulto mayor, di tú de unos 75 años, casi con la lágrimas chorreando dijo: "hermoso documental. Que muestren lo que nadie ve, lo que ocultan, lo que no quieren que veamos". Qué reflexión profunda. Tan profunda que me dio angustia existencial: ¿dónde hemos estado todos estos años? ¿Cómo es que no nos habíamos dado cuenta de que las Farc son excelentes cultivadores de maíz, lulo, yuca y cacao? ¿Cómo desconocimos que esos fusiles son accesorios de trabajo y que lo de ellos es el azadón, la pala y el abono?
Bueno, invoquemos el beneficio de la duda y hagamos la suposición de que esta obra maestra del documental es la pura verdad de los abnegados insurgentes de las Farc. Siendo así, ¡gracias, muchas gracias! Por esas lecciones de vida y de progreso que les dan al país. Gracias por enviarles un mensaje desinteresado a los desplazados de que el campo sí paga, que no había razones para haber huido desarraigados a las ciudades, y que ellos nada tuvieron que ver con esas masacres, ajusticiamientos, tomas guerrilleras, pipetas de gas, burros bomba, violaciones y torturas, que salen en los periódicos y en los medios de comunicación.
Gracias, gracias por mostrarnos que esos malditos cultivos de coca, amapola y marihuana, los cuidan otros, que se hacen llamar narcoguerrilleros, que no tienen nada que ver los verdaderos camaradas, seguidores fieles de las lecciones que dejó el sabio campesino Pedro Antonio Marín, quien, además, les enseñó el valor profundo de cultivar la tierra, inclusive sembrando minas antipersonas, que requieren poco cuidado, pero que producen mutilados de lo lindo.
Ah, y se me olvidaba: los secuestrados. ¿Secuestrados, quiénes? No señor, las personas que tienen retenidas hace más de 10 años son trabajadores que les ayudan a cuidar sus sembradíos. Gente de la ciudad, de la clase política, a quienes les están enseñando a ser campesinos y que ayudan a evitar que esos animales voladores llamados Black Hawk destruyan sus cultivos. Otros creen que los secuestrados servirán más cuando se mueran en la selva, porque al enterrarlos estarán abonando sus cultivos, como hicieron con el cuerpo del General Luis Mendieta.
¡Qué hermoso documental! ¡Qué bonita realidad! Qué importan los millones de colombianos indignados con la distorsión de la realidad que más le duele al país: los muertos por culpa del conflicto.
Qué tristeza que hayan muchos alrededor del mundo que se traguen el cuento de que en esos cultivos hay un sentido romántico de la revolución. ¿Romántico? Romántico? Sandro. En Colombia puede pasar de todo, y habrá alguno que otro que quiere tapar la barbarie con un dedo, pero los colombianos bobos sí no somos porque ya ha corrido mucha sangre debajo de este puente. Llegó el momento de que la Cancillería se amarre el pantalón y, al mejor estilo del campesino templado, el campesino de verdad, ponga puntos sobre las íes. Ahí está el poder de la diplomacia para que las víctimas y sus familiares no sean convidados de piedra a estas absurdas funciones de ficción.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6