Sí, es verdad que la actual ley de salud colombiana es injusta, que convirtió la prestación del servicio en un negocio y que cambió la cara de los pacientes (ni decir personas) en números.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es que una buena cantidad de directivas del sector salud se dejaron deshumanizar por la absurda ley y ellos mismos, sin usar la inteligencia para hacer más llevadera la situación del enfermo, son incapaces de presentarle una alternativa al pobre paciente llevado de aquí para allá por mil vueltas y trámites para reclamar la medicación, órdenes médicas, obtener un concepto del Comité Técnico Científico, etc.
Los trámites burocráticos (en el país de la Ley Antitrámites, que intenta hacer más amable la vida de los ciudadanos) son impuestos por ciertos directivos de instituciones de salud incapaces de pensar en el bienestar del paciente que termina yendo a su IPS 4, 5, 6 veces al mes a reclamar diferentes medicamentos. Hay que ver a los viejitos buscando un alma caritativa que les consiga los sellos y las autorizaciones.
Y aunque los defensores de la Ley 100 aduzcan que ahora se presta servicio a un mayor número de colombianos que antes no lo tenían, lo cierto es que tanta tramitología pareciera tener el objetivo de, por cansancio para la mayoría y por muerte para muchos, hacerlos desistir del beneficio del servicio para que las empresas privadas de salud sean tan rentables como las empresas de productos de consumo masivo, a precio de la vida de muchos.
A esto han reducido la salud los mercaderes de dicho servicio, cuyo sentido ético fue eclipsado por un concepto de salud que trasmutó en la "oportunidad" de conseguir multimillonarias ganancias particulares, no solo con el dinero público, sino a costa de la dignidad de las personas. No se sabe qué es más indignante: si no contar con el servicio o creer que se tiene y en el intento por alcanzarlo las personas son burladas, humilladas y tratadas como esclavos ("vaya por el sello a Robledo, la firma se la ponen en el centro, el medicamento se lo entregan en Itagüí, y solo tal día". Y todo esto a un enfermo que ni tiene salud para semejante maratón ni la posibilidad de disponer de tantos pasajes de bus).
Pero los mercaderes de la salud, ajenos e indolentes ante la realidad del paciente, son incapaces de hacer el esfuerzo de ordenar mejor y hacer lo más práctico para los usuarios. Ellos, alejados de la realidad del enfermo, son más peligrosos que la misma Ley 100.
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