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Machuca tiene sueños pero le falta oportunidades

18 de octubre de 2008
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Su memoria no guarda imágenes del día en que Machuca ardió en llamas ese 18 de octubre de 1998, pero las cicatrices de la tragedia las lleva Edward Esteban Alzate Estrada en el alma y la piel.

Hoy es un adolescente, pero el hecho que marcó su vida ocurrió cuando tenía solo tres años de edad, la madrugada en que el Eln atentó contra el oleoducto central que bordea este corregimiento de Segovia.

Los guerrilleros perforaron el ducto, lo que provocó un derrame de petróleo y una explosión que convirtió las aguas del Pocuné en un río de llamas que alcanzó cerca de un centenar de viviendas construidas en su ribera.

Con la fuerza de la explosión, los muros de la casa se les vinieron encima a Edward y su hermano Nayiber Asdrúbal, de 7 años.

La madre de los pequeños los rescató de las llamas y los puso a salvo, aunque resultaron con quemaduras que obligaron a su hospitalización. Edward logró sobrevivir, pero su hermano falleció a los pocos días. Un mes después moriría su padre, de 28 años, también por las múltiples quemaduras.

Su vida, como la del resto de víctimas y en general de los habitantes de Machuca, quedó marcada desde entonces por "la quema", como se refieren al atentado que cobró la vida de 84 personas y dejó heridas a otras treinta más.

Hoy, con 13 años de edad, el joven hace parte de la nueva generación de Machuca, que crece en medio de los relatos cargados de rabia y dolor de los adultos que aún se duelen de la tragedia y los mensajes que desde la escuela y su entorno invitan a superarla, a dejar atrás "la quema", a no odiar y a mirar el futuro con esperanza.

La vida de Edward transcurre entre el colegio, los juegos con amigos en las calles polvorientas de Machuca y el almacén donde ayuda a su madre a vender y también con la cocina.

Es un joven retraído, tímido, de pocas palabras y sonrisas con las que intenta superar las secuelas físicas y emocionales que le dejó el atentado guerrillero.

No ha sido fácil. Sus brazos y piernas muestran cicatrices similares a las que tiene su madre, Luz Mery Estrada. Su progenitora cuenta que su hijo hasta hace poco era muy agresivo con sus compañeros y profesores. Muchas veces se vio envuelto en peleas.

"Los niños lo molestaban mucho llamándolo 'quemado', y eso lo enfrentaba con ellos -recuerda-. También ha sido difícil que rinda a veces en el colegio. Uno no sabe si es porque no ha superado del todo lo que pasó o es por rebeldía".

De aquella tragedia Edward no habla mucho. Dice que no recuerda el momento ni tampoco el dolor cuando resultó herido por las llamas.

Al referirse a los responsables del hecho, sus palabras demuestran, en apariencia, más indiferencia que rencor. "Fue muy malo lo que hicieron porque causaron mucho daño. La gente aquí dice que lo que hicieron es imperdonable. Yo no siento nada".

Y por estos días en que se conmemoran los 10 años de la tragedia de Machuca, Edward, como su madre y muchas otras víctimas prefirieron quedarse en sus casas y no asistir a los actos conmemorativos. Sigue en lo suyo, como si quisiera desprenderse de esa fecha que año tras año enluta y entristece a su pueblo.

Esperanza sin oportunidades
Zuleyma Montoya tiene 15 años y por boca de familiares y amigos se sabe de memoria los detalles de lo ocurrido hace 10 años. Su hermana mayor, Luz Enith perdió la vida en el atentado.

"Tenía 16 años y ese día se fue a quedar donde una amiga y allá la cogió la quema. Todos los de la casa murieron. Yo era muy apegada a ella, era muy buena estudiante".

Cuenta que entre los jóvenes el suceso es un tema de conversación frecuente. "La gente habla mucho de eso, que fue horrible, que fue el Eln y que eso no tiene perdón. Cuando empiezan a hablar mucho me acuerdo de mi hermana y me pongo triste y a veces lloro".

Pero Zuleyma, como los jóvenes de su edad, también ha sido permeada por los mensajes de profesores, párrocos, sicólogos y las mismas personas de la comunidad que los invitan a seguir adelante.

Ella, al contrario de la mayoría de los adultos del pueblo, cree que Machuca ha progresado. "El pueblo está más bonito, decían que esto se iba a acabar y uno ve que hay más gente".

Muy similar es el pensamiento de Jessica Andrea Velázquez, de 13 años, y Mayra Alejandra Reyes, de 11. Las dos niñas integran el grupo juvenil y ayudaron el pasado jueves a invitar a los habitantes al acto conmemorativo. También pegaron afiches con mensajes de esperanza con motivo de los 10 años de la tragedia.

Jessica sabe que la fecha trae malos recuerdos, pero de inmediato responde con inocencia y optimismo: "Nosotros en el grupo hacemos actividades para no dejar solos a los que perdieron a sus familias, recogemos dulces y alimentos para ayudarlos con mercados".

Y Mayra agrega que los jóvenes tienen sueños, como ella. "Yo quiero ser odontóloga o doctora, claro que me dan miedo las agujas".

Pero, como repiten los habitantes y autoridades locales, para pensar en un mejor futuro hace falta inversión social y oportunidades.

Tras la tragedia, los proyectos productivos prometidos nunca llegaron y la gente terminó sembrando hoja de coca y muchos habitantes como raspachines. Luego vino la erradicación y la crisis se agudizó. Hoy la mayor parte de los habitantes sobreviven como barequeros en una mina donde los dejan trabajar, una tabla de salvación por el momento.

Machuca carece de una vía en buen estado. No tiene acueducto y, por lo tanto, tampoco agua potable. La comunidad reclama hace años un centro de salud bien dotado. "Uno no se puede enfermar, porque si no tiene los 200 mil pesos que vale contratar un carro hasta Segovia (tres horas de viaje por la trocha) se muere aquí", reclama Luz Mery Saavedra, habitante y también una de las víctimas de hace 10 años.

Por eso cada año por esta fecha se hacen evidentes las promesas incumplidas y la reparación y la justicia que jamás vieron. Y menos un gesto de arrepentimiento del Eln.

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