La muerte de 11 militares corrobora, tras una serie de atentados similares, el franco deterioro de la seguridad en el país. El ataque a un pelotón de 13 soldados, al cual sólo dos sobrevivieron, es uno más en una escalada de violencia que ya el país creía superada, dados los logros alcanzados por la política de Seguridad Democrática.
La situación en Arauca, donde se presentó el atentado, es crítica, pero desde todos los rincones de la Patria se oye el clamor de los ciudadanos en torno al retroceso en la seguridad.
La guerrilla ha incrementado sus acciones contra la infraestructura petrolera, la Fuerza Pública y la población civil. A la par de los asesinatos también aumentan los secuestros.
Este ataque llena de dolor a humildes familias que consideran que en una zona de influencia subversiva deben hacer presencia los soldados profesionales contraguerrilla y no jóvenes que prestan el servicio militar.
El Gobierno reconoce que se presentaron fallas en los protocolos de seguridad. Debería admitir también que están fallando las estrategias de inteligencia militar y que es necesario invertir en más recursos tecnológicos para prevenir estos atentados, y en logística para responder a los llamados de urgencia de la tropa.
No hay que olvidar que estamos en guerra contra el narcoterrorismo. Así nos lo recuerdan los 160 atentados registrados en 17 meses, que dan clara señal sobre un paso atrás en el camino de la seguridad. Y sin ella, otros indicadores de prosperidad tenderán a deteriorarse.
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