El peligro de que las cosas estén cantadas con tanto tiempo de anticipación en una contienda como la que vivimos, es que los electores de la primera vuelta den por sentado que la suerte está echada, y los abstencionistas a medias -que sólo participan cuando hay decisiones emocionantes- vean con mucha razón que su voto no hará la diferencia. En una votación como esta ocurre lo mismo que en los juegos de azar: las posibilidades de ganar la lotería por un lado y de influir en el resultado final de la elección por otro, son muy escasos. Y por eso, apelando a la lógica racional mucha gente ni apuesta ni vota.
Sin embargo lo que está en juego mañana no es si Juan Manuel Santos va a ganar la presidencia o no, está clarísimo que él será el sucesor de Álvaro Uribe. El esfuerzo de estas tres semanas de campaña, entre las dos rondas, fue para conseguir el mayor número de votos posible y obtener una superioridad numérica concluyente frente a Antanas Mockus. La razón de esto es que si Santos gana con una leve ventaja quedará prisionero (así él no lo admita) de los múltiples partidos y grupos que le han manifestado su respaldo. La coalición en el Congreso que hoy se vislumbra en más de 80% para Santos, puede modificarse completamente si el nuevo presidente no sale fortalecido en las urnas, y podrían revivirse los chantajes que padeció Uribe cuando buscó aprobar su reelección.
Los respaldos se van a hacer valer de alguna manera, y eso necesariamente no es malo, es el juego de la política: no se gobierna con los enemigos sino con los amigos y se comparte con ellos la dirección de Estado. Los liberal-demócratas en el Reino Unido hace apenas un mes y pocos días acaban de respaldar a David Cameron, y el resultado fue la designación de seis ministros de ese partido que apoyó la conformación de un nuevo gobierno.
Lo que sí es malo es que el presidente no tenga la facultad de conformar un gabinete y trazar unas políticas públicas como quisiera y que en cambio lo haga como sus 'amigos' se lo impongan. Para conseguir un escenario donde Santos acoja a los partidos, pero sea él quien defina el rumbo, tiene que registrarse una amplia votación; porque, además, Santos no llegará al poder con la libertad que llegó Uribe cuando se dio el lujo de poner a los ministros que quiso sin negociar con nadie. Al ex ministro de Defensa sí le tocará compartir milimétricamente el gobierno y tendrá libertad en mayor medida para tomar decisiones, si los votos superan las expectativas del endoso que tratarán de hacerle los grupos políticos.
La idea entonces no es pensar que ya se ganó. La pregunta clave de mañana es ¿qué tanta legitimidad quieren darle los santistas a su candidato?
P.S.: A riesgo de equivocarme porque muchos factores impredecibles jugarán, me atrevo a hacer un pronóstico: Santos 68%, Mockus 28%.
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