Norelcy conoció a Gabriel, un comandante de veintisiete años que llevaba once en la guerrilla. Su función era fabricar y poner explosivos. Ambos decidieron tener un hijo, como obligan los estatutos.
Cuando se le empezó a notar la barriga, Deisy, quien hacía las veces de enfermera, se le acercó y le entregó una pequeña caja: -Póngase este dispositivo- le dijo. -Yo no me voy a poner eso-, respondió Norelcy, agresivamente.
Norelcy tuvo que aceptar, pues sabía que Deisy era su superiora y si no le obedecía podría ser peor. El resultado salió positivo, le respondió.
El día siguiente, la comisión en la que se encontraba Norelcy emprendió una marcha hacia Urrao.
Los primeros once días de travesía, Deisy le suministró a Norelcy una pastilla de synergon.
La muchacha, que sospechaba para qué era el medicamento, cada mañana se metía la pastilla en la boca y simulaba tragársela pero después la escupía. Pese a su engaño, no pudo evadir las dos primeras dosis, lo cual provocó un sangrado vaginal que le hizo pensar que su bebé había muerto.
La hemorragia, los dolores y la falta de síntomas que dieran pistas de que su bebé estuviera vivo provocaron que el ánimo de la muchacha se viniera al piso. En las noches, a escondidas de sus camaradas, lloraba sin consuelo, pese a que Gabriel trataba de tranquilizarla y le insistía en que debía tener cuidado para que no la sancionaran.
Ante el decaimiento de la muchacha, el mismo Gabriel intercedió por ella ante Isaías Trujillo, jefe del frente 34, quien le ordenó a Morro que suspendieran la droga o de lo contrario acabarían matando a la muchacha.
Dos meses después, cuando estaban muy próximos a Urrao, se conoció la noticia: Norelcy continuaba en embarazo. Morro no tuvo alternativa: les ordenó a unos treinta guerrilleros que se devolvieran con ella hasta Risaralda.
Con su barriga en crecimiento, acariciándola cada tanto, y la felicidad a flor de piel, Norelcy esperó con ansias el alumbramiento.
El 21 de noviembre de 2004, en la sala de partos del hospital San Jorge de Pereira, un grito anunció que Johana, la recién nacida, era una nueva habitante del planeta. Y aunque el alumbramiento fue a través de cesárea, la madre no tuvo mayores contratiempos.
Pocos días después, cuando Norelcy se recuperó de la cirugía, vistió a su niña con pantalón, blusa rosada, y escarpines azules cielo, luego fue hasta la terminal de buses y viajó a Mistrató.
Allí se encontró de nuevo con la pareja que la hospedó en las últimas semanas de gestación. Todo transcurrió normal hasta aquella mañana en que llegó Ojos de Gurre , un guerrillero que tenía la orden de regalar la bebé y llevar de nuevo a Norelcy al monte. No valieron ni suplicas ni ruegos y después de muchas lágrimas Ojos de Gurre tomó a Norelcy del brazo y se la llevó de nuevo al monte.
Acompañé a Norelcy cuando se reencontró con Johana, que ya tiene cuatro años. Allí comprobé que su madre adoptiva es honrada, humilde y noble, cualidades que caracterizan a tantos campesinos colombianos que son víctimas de la violencia y la opresión de los grupos armados. En su hogar se respira afecto y amor.
Esos tres años en los que soñaba estar al lado de su hija fueron una eternidad para la muchacha. Ese tiempo bastó para que por fin tuviera la valentía de fugarse de las Farc.
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