Brujas, santos, muertos: noviembre es el mes de comienzos más incorpóreos. Gasas del Medioevo cancelado, aureolas petrificadas, seres que habitan en la definitiva otra parte, pueblan los pánicos de niños de varias edades y cada año visten más de esperpento la noche de la humanidad.
Fealdad, monstruos, calaveras, atavíos lóbregos, espectros, se toman por igual calles, antros de fiesta y sueños sudorosos de los mortales. Un imaginario de horror intenta consolar la realidad horrorosa. Los ogros se dejan fácilmente controlar si su pus se vuelve diversión. La farsa en estos días se fuga del teatro y echa a correr por la vida diaria.
Noviembre, pues, eleva la tosca cotidianeidad de muchedumbres a grados aceptables, sutiles. El mes once prepara, así, la atmósfera mental para el inminente diciembre cuando nadie escapa del mejor de los mundos dables, el de los niños que se piensan dioses.
Entre nosotros las brujas se llevan por delante a muertos y santos. Son mujeres, de atuendo barroco, prohibidas, llaman peligro, provocan adrenalina. Brevemente, son interesantes. Santos y muertos están demasiado definidos, se perpetúan en nichos de palo, carecen de brillo, no son histriones.
En México es distinto. Allí la muerte es reina. Los muertos dan vida a la fiesta. Son huesos sonrientes, que bailan y mascan un ritmo con dientes incorruptos. Las gentes les fabrican altares cuajados de flores, semillas, inciensos, ofrendas con colores hipnóticos. Los muertos no son santos, son gente como uno, que come tortillas, bebe tequila, ríe más que llora.
En Colombia antes mandaban los santos. Los muertos espantaban, nadie quería escuchar sobre ellos. Las brujas eran clandestinas y se dudaba de su sustancia. Estaban más vivas que muertas, adivinaban -¡adivinan…- la suerte. No asustaban sino intimidaban, excitaban.
Hoy las brujas son otra cosa. Su culto contemporáneo vino a Colombia de Norteamérica, en forma de millones de artificios y oropeles para la venta. Este año no se disfrazaron solo los niños. Ejecutivos de oficina, maestros, dependientes de almacén, papás, mamás, vistieron ridiculez el anterior fin de semana largo, como nunca antes se había acostumbrado entre nosotros.
Un noviembre brujo emergió del antiguo país pacato. Brujo y comerciante. Plagado de telarañas mentirosas, pestañas falsas, antifaces y vestidos de otros tiempos.
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