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NUEVE DÍAS PARA SALVAR ESCOCIA

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08 de septiembre de 2014
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La reina de Inglaterra está aterrorizada. Según revelaron el pasado fin de semana fuentes de Buckingham a "The Sunday Times", Isabel II teme la posible ruptura de Reino Unido ante el referéndum que se celebrará en Escocia el próximo 18 de septiembre. La reina recibió la noticia de la ventaja del "sí" a la secesión en las encuestas cuando ultimaba su estancia veraniega en el castillo de Balmoral, donde recibió al primer ministro David Cameron.

Desde allí, en tierras precisamente escocesas, la reina trasladó al premier británico su preocupación por el avance de los independentistas.

El volantazo en las encuestas del "sí", que hace apenas mes y medio iba 22 puntos por detrás en la madre de todas las encuestas (las de YouGov para "The Sunday Times"), ha desencadenado todo tipo de escenarios apocalípticos. Tanto como para que la libra esterlina se desplomara ayer hasta el nivel más bajo de los últimos diez meses. En la mayor caída del año, la divisa británica se depreció un 1 % con un cambio de 1,618 dólares por libra. Y eso solo por una encuesta. Normal que Isabel II esté preocupada. Yo también lo estoy.

Siempre he dicho que de no haber nacido español me hubiera gustado ser escocés. Y no por eso de llevar falda, no vayan a creer. Al fin y al cabo, eso del "kilt" es un invento relativamente reciente, como la gaita, y poco tiene que ver con la tradición ancestral de los clanes de las Highlands, las tierras altas escocesas, donde crecen cardos gigantescos, otro símbolo de aquellos páramos inhóspitos.

De hecho, la prenda en cuestión fue creada por un inglés después de la Unión de 1707, y los diferentes tartanes de los clanes, la tela de lana con cuadros, son incluso una invención más tardía. Así que, el bueno de Mel Gibson patinó unos cuantos siglos al liarse el "kilt" encarnando a William Wallace en la muy celebrada "Braveheart", un peliculón, dicho sea de paso.

A mi eso de ser escocés me viene por la vena brava e indómita de un pueblo noble y terco como pocos. Vaya un ejemplo. Como ustedes saben, en 1698 los esoceses se empeñaron en fundar una colonia en una de las regiones más salvajes de las Indias. Y para el Darién panameño se fueron cinco barcos cargaditos de pelirrojos pecosos dispuestos a todo.

Nueva Caledonia no duró ni ocho meses. Devorados por los mosquitos, solo sobrevivieron 300 de los 1.200 colonos, y solo una nave pudo regresar a Escocia.

La noticia de la desastrosa expedición no llegó a Escocia a tiempo para evitar un segundo viaje de más de 1.000 paisanos. Llegó al Darién el 30 de noviembre de 1699.

Del total de 2.500 colonos que partieron, solo unos cientos sobrevivieron y el país, independiente por entonces, tuvo que echarse en brazos de Inglaterra al haber hipotecado el 50 % de su riqueza en el sueño colonial.

Pero por muy escocés que me sienta, aunque sea en sueños y por aquello de que los vascos nacemos donde nos da la gana, jamás apostaría por la secesión. De hecho, da la impresión de que ni los propios separatistas lo hacen.

El impulsor del referéndum, el ministro prinicipal escocés, Alex Salmon d, del nacionalista SNP, no quiere separarse de la libra esterlina aunque pretenda dinamitar la Unión. Tampoco de la reina de Inglaterra, muy popular aún en Escocia, donde el 51 % del electorado la quiere como jefa de Estado antes que a un presidente de la República.

Los secesionistas tampoco desean controles fronterizos con el resto de la isla durante el tiempo que se tarde en negociar su regreso a la UE.

Quieren la independencia con todo lo bueno de la Unión. Como un matrimonio "liberal", vamos. Te quiero mucho, pero me voy con otra. La cuestión es que la otra parte esté de acuerdo. Y Westminster no lo está.

En nueve días sabremos si Inglaterra salva el matrimonio o si le pone las maletas en la puerta a Escocia.

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