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Olor a jazmín se fue de El Socorro

30 de junio de 2008
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Después de la tragedia que se le llevó a 27 vecinos, Janeth Ledesma tuvo un segundo duelo al tenerse que ir a otro barrio, lejos del que la abrigó en los últimos 28 años, porque allá se sintió como extrajera.

En la ausencia y la tristeza valoró muchas cosas: el amor por la gente que la vio crecer, el aire campestre que rodeaba su casa y ese olor a jazmines que se alborotaba todas las tardes en El Socorro.

Ayer, al cumplirse el primer mes de la avalancha madrugadora que sepultó a 15 viviendas con sus ocupantes, observaba la ladera amarilla que quedó en una franja amplia, donde antes hubo viviendas de dos y tres pisos.

Una de ellas era la suya, que habitaba con su esposo y sus dos niñas de 15 y 6 años, la cual resistió el impacto de las toneladas de tierra que se desprendieron de la montaña, pero que igual la dejaron muy averiada. "Nos tuvieron que sacar porque las puertas quedaron selladas", dice.

El drama la obligó a alquilar "una piecita" en Castilla, donde resistió hasta el domingo, cuando regresó a su viejo barrio, animada porque un vecino le alquiló un apartamento pequeño.

No tiene madre, su papá vive en Urabá, y ayer se reencontró con su hermano, Juan Carlos, quien vino de Girardota a visitarla.

Habla de sentimientos encontrados: alegría de estar viva, pero triste por todos los que se fueron. "Es muy duro, pero Dios da la moral para seguir", afirma.

La tragedia le enseñó que lo más importante es la vida, porque lo material se vuelve a conseguir. "Y pensar que uno se pelea por bobadas".

No ha terminado de desempacar sus cosas y ya se siente como en familia al repasar lugares conocidos y anotar que los niños podrán volver a la misma escuela.

Un mes es poco, agrega, porque las imágenes de aquella madrugada del 31 de mayo siguen frescas.

El lugar sobrecoge, está desolado y apenas se observan los cimientos de lo que fueron casas de material de dos y tres niveles.

Algunos visitantes llegan a mirar lo que quedó y, a pesar del sol, un hombre adulto se quita el sombrero en señal de respeto por los muertos.

En una casa semirural más alejada del barrio y de la que alquiló Janeth, pero más cerca del camino que recorrió la avalancha, un hombre atragantado de dolor, recuerda que nadie escuchó sus gritos cuando vio bajar ese gigante de lodo que aplastó lo que encontró a su paso.

"Por la ventana ví que la casa de arriba venía navegando como una barquita, cuando salí al corredor ya la había estallado contra un desnivel, una especie de escalón del terreno", recuerda.

Él, César Cuervo Ruiz, tuvo la muerte a pocos metros, pero le pasó de largo. En cambio le acabó con todo el plante que le daba subsistencia en una finca alquilada.

La avalancha le enterró dos lagos donde tenía un criadero con 3.000 tilapias, además se le llevó dos vacas de leche y le acabó con una comercializadora de cerdos, igual que con una fábrica de arepas, porque se quedó sin clientes.

Como no le han dado la condición de damnificado, afirma que luchará hasta que, por lo menos, se le indemnice, porque desde 2003 la comunidad le envió cartas al Área Metropolitana y al Simpad, que advertían del riesgo de un botadero de escombros en la parte superior de la ladera: en el sector San Pedro. "Estoy de manos cruzadas y aguantando hambre", dice, y comparte que ayer un hermano le regaló para el mercado, porque tiene qué ver por dos hijos.

En su desespero, pide al Alcalde y al Presidente que miren la parte humana de otras personas que, aunque no perdieron seres queridos, también son víctimas.

- ¿Se le fueron muchos amigos?

- Ufff, todos. Hace 15 años llegamos aquí solos y volvimos a quedar solos.

Abajo, Janeth se queja que el sector se ve muy feo y triste sin un arbolito, y cree que la naturaleza dará un toque de esperanza.

"Cuando salía por las noches, sentía el olor a jazmines, ya no están y los voy a volver a sembrar", exclama.

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