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Y volvemos con León de Greiff al país loco y del azar…

29 de septiembre de 2008
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“…En el recodo de cada vereda / la vida me depare el ebrio azar: / absorto ante el miraje que en mis ojos se enreda / Vibre yo Prometeo de mi tortura pávida.../ (¡el ebrio azar, el ebrio azar, el ebrio azar!)”. (León de Greiff, escritor y poeta antioqueño: “Canción de Sergio Stepansky”. Editorial Universidad Nacional de Colombia, CD homenaje al poeta, sin fecha).

Terminadas transitoriamente nuestras columnas acerca del nuevo conflicto urbano en Medellín, sus causas, sus efectos, sus realidades y sus tendencias, volveremos a dedicarnos a asuntos globales de la situación nacional, bastante agitada y comprometida por cierto, no sin antes hacer referencia a tres hechos que sacudieron la política local y nacional, como fueron la detención del ex director de Fiscalías de Medellín, Guillermo León Valencia Cossio, por supuesta infiltración narcotraficante, juicio que recién comienza y del cual esperamos la mayor transparencia y veracidad. Detención que no deja de ser paradójica, por cuanto fue precisamente el menor de los Valencia Cossio quien fue secuestrado en su momento por Carlos Castaño, en retaliación por el papel cumplido por su hermano Fabio en los diálogos del Caguán con las Farc.

Pero también la semana que recién pasó fue detenido por nexos con paramilitares el gerente de Bellanita de Transportes, Hugo Albeiro Quintero, empresa bastante conocida en el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, quien había escapado a un atentado anterior y había prestado varios de los buses que se utilizaron para el homenaje al general Montoya cuando éste decidió “celebrar” años de aquella famosa “operación Orión” en la comuna 13 del occidente de Medellín y que hoy vuelve a estar caliente-caliente, según sus habitantes. En verdad que la noticia sobre la detención de Valencia Cossio nubló esta captura, que sin embargo es fundamental para desenredar los hilos del paramilitarismo en Antioquia, según las autoridades.

Y cómo no resaltar desde esta columna el asesinato a sangre fría y con absoluta alevosía, de la dirigente femenina de la Ruta Pacífica de las Mujeres, Olga Marina Vergara, con quien además nos unían grandes y fraternos lazos de solidaridad en la búsqueda de la solución política y humanitaria a la guerra en Colombia, lucha a la que se dedicó con énfasis y tenacidad, propias a una mujer guerrera como era ella. Esperamos entonces el definitivo esclarecimiento de su asesinato y el de su familia, para que este crimen no quede impune, como aconteció con el de la otra luchadora femenina de paz, Judith Vergara, familia que recordamos con aprecio y reconocimiento por su valentía y trabajo.

Pero Colombia asiste hoy a una afortunada reactivación de la lucha social, que no ha logrado desbaratar el macartismo propio a los halcones, que ven en toda protesta social la mano de la guerrilla, lo cual les permite a ellos -los halcones-, declarar ilegal dicha protesta para minimizarla y militarizarla, con los nefastos resultados que ello tiene para la democracia y ha tenido para la construcción del movimiento de masas y de la sociedad civil en general. Es más, en algún momento de la historia fue esta postura de “halcón” antidemocrática, la que justificó y avaló en parte la existencia del paramilitarismo en Colombia, que hoy tiene al borde de la desinstitucionalización a nuestro país, por las filtraciones, los falsos positivos y por la verdad y la reparación, asociada a la ley de justicia y paz, que logró dar un salto inmenso con las declaraciones de Mancuso en videoconferencia ante la Corte Suprema de Justicia y que confirmó la importancia de que los ex jefes paras extraditados cuenten la verdad o parte de la verdad al país, sobre sus guerras, sus contactos, y sus demás patrocinadores, ya que por supuesto no solo tuvieron el apoyo económico y político del narco.

Esta reactivación del movimiento social indígena, cañero y judicial, confirma que la democracia se nutre de ella y que no es cierto que sean manipulados por la guerrilla, que debe de estar bastante ocupada defendiéndose de la ofensiva militar de las fuerzas armadas colombianas; estos movimientos huelguísticos tienen la suficiente madurez social y sindical para evitar que alguien los “dirija desde afuera” y menos aún para ser “correas de transmisión” de la guerrilla o algo similar.

De allí que solo en un contexto de “halconización y macartismo” se entiende el escándalo por las capuchas en la Distrital, cuando éstas han sido utilizadas hace mucho tiempo y no solo por la guerrilla, sino también por paras y demás activistas propios a un espacio diverso como lo es una universidad. Además, es hasta simpático o loco que, el escándalo que activó nuevamente la imagen de una senadora que sabe bastante de mercadeo, haya sido la antesala para la denuncia de que, supuestamente, la guerrilla filtró las protestas salariales de cañeros, indígenas y judiciales, ¿o no?

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