Cuando tuvo algo de conciencia, sintió una comezón en la pierna. Y al intentar rascarse, solo encontró un pedacito de ella. Fue como si el mundo se le hubiera venido encima: la pierna derecha le había sido amputada.
Antes tenía una lugar donde vivir, una abuela que era padre y madre a la vez, estudios universitarios, un proyecto de vida que había iniciado en Pereira, una familia en formación, un deporte que le apasiona y que aún le quita el sueño, amigos, dinero para sobrevivir, una ciudad de residencia, su esposa, sus hijos.
Y hasta caminaba en los dos pies, porque hoy solo lo puede hacer en una pierna y con la ayuda de dos muletas.
Todos los días, de los últimos tres años, un pesado morral es su compañero fiel. Lo lleva cargado a espaldas como si se tratara de un caracol humano.
Una cobija que mitiga el frío de las noches cuando le toca dormir en las calles; un viejo pendón plástico, que muchas veces le ha servido de colchón; un buzo de Leydi Johanna, a quien aún considera su esposa, y que -dice- abraza intentando conciliar el sueño; y una pequeña sábana de sus hijos Ryan Andrés y Emily, de 4 y 2 años de edad, respectivamente, que pone de cabecera, hacen parte de esa carga que muchas veces le deja ampollas en el lomo.
Un tenis -uno solo, el izquierdo-, que es el que necesita; un par de pantalonetas rodilleras, que recién le regalaron; un bastón de madera heredado de su abuela paterna Eumelia que, pese a servirle de poco, es como el amuleto que lleva en su largo trasegar; y un par de interiores.
Pero también un cidí en el que almacena videos y fotografías, en una especie de archivo bibliográfico ambulante; una riñonera llena de papeles doblados, una libretica de anotaciones con números telefónicos y datos, un lápiz, un lapicero, sus documentos de identidad, un cepillo de dientes; una miniatura de la Palabra de Dios; y una sandalia -una sola- que, asegura, "es para caminar por todo el mundo".
Eso es casi todo lo que tiene.
Los últimos años en la vida de Yamid Andrés Sepúlveda, un joven de ancestros paisas que tuvo una niñez complicada y una juventud que raya entre lo sorprendente y lo turbulento, han ido pasando como ese castillo de naipes que de a poco va cayendo incontenible.
Hace apenas dos semanas había ingresado a la clínica Saludcoop de Medellín, a donde fue a parar con un cuadro de profunda depresión y una infección cutánea.
Allí intentó, por enésima vez, controlar la ansiedad que le provoca una enfermedad de arrastra de joven: el trastorno bipolar afectivo que, al decir de la doctora Juliana García, debe controlar con medicamentos y no interrumpir el tratamiento.
Esta enfermedad, caracterizada por cambios bruscos en el estado de ánimo, que van desde la euforia total, el bienestar y la grandiosidad exagerada -como explica el especialista Carlos Tobón- hasta momentos de una tristeza total, ansiedad y baja autoestima, que puede incluir pensamientos suicidas y adicciones, ha perseguido a Yamid desde que su padre, un exciclista de nombre Carlos Martín Sepúlveda, fue asesinado.
Pero hay una extraña comunión entre hospitales, clínicas y centros de psiquiatría y este bicicrosista discapacitado, exestudiante del Centro Arquitectónico C.T.A. de Pereira, donde cursó Comunicaciones y Periodismo hasta el tercer semestre, y quien también suele diseñar marcos para bicicletas o trabajar en metalmecánica.
Son más los días que ha pasado en ellos que por fuera. Su vida, él mismo lo reconoce, ha sido tan traumática que con facilidad termina recluido allí.
Primero fue en el centro de rehabilitación Sistema Nervioso de Risaralda, en Pereira, donde acudía en busca de atención siquiátrica, y tras terminar en el mundo de las drogas a causa de la desesperación que le produce su enfermedad. Fueron días y semanas de reclusión, de medicinas, de mejorías y recaídas.
Luego, en la clínica Saludcoop de Pereira, hasta donde fue conducido, en estado de inconsciencia, tras recibir cuatro impactos de bala que le destrozaron la pierna, tres años atrás, cuando se desplazaba de esa ciudad a Santa Rosa de Cabal en busca, asegura, de su sicóloga y a reencontrarse con sus amigos de bicicletas.
Este sería el episodio previo a la pérdida de su extremidad inferior. Aún sin recuperarse de la cirugía para restaurarle la arteria femoral, fue conducido a la clínica siquiátrica para controlarle la ansiedad que le provocó el síndrome de abstinencia.
Quince días después había adquirido una spseudomona , bacteria que, ocasionalmente, se da en hospitales y que afecta a personas debilitadas cuyo sistema inmune no funciona bien a causa de determinados tratamientos o medicamentos, según explica el médico Martín Peralta.
Todo lo dejó todo atrás
"De ahí en adelante vivimos momentos muy difíciles", relata Leydi Johanna, quien hoy dice no quiere saber nada de él. "Todos quisimos lo mejor para Yamid, ayudarlo, pero no se dejó; para él todo era la bicicleta, hasta el punto de abandonarlo todo por irse a vivir de su deporte".
A los 14 años Yamid ya había dejado su casa. Se fue a vivir con su abuela, quien murió a los pocos meses de que él perdiera la extremidad. "Era lo único que tenía, mi sostén para la vida. No aguantó la pena".
Una vida de libertad y de rebeldía juvenil, provocada por la muerte de su padre y no congeniar con su familia, lo puso en la senda definitiva del bicicrós, para bien o para mal. "Hallé en el deporte mi amigo, mi luz, mi comida, mi dios, mi sustento, mi mujer y mis hijos".
Igual, lo perdió todo.
Pero el problema se acrecentó cuando dejó el medicamento para controlar el trastorno bipolar. Lo arrastró la droga, rompió con su mujer, se aisló. Aún así, rodaba por todo el Eje Cafetero asistiendo a cuanto torneo de bicicrós organizaran. Y ni siquiera la pérdida de su pierna lo frenó.
"Pero recorrer el país ha sido la experiencia más épica que he tenido; como demorarme seis días para llegar a Cali, porque no tengo plata para pasajes y vivo de la bondad de los conductores que me paran en la carretera y me llevan de un lugar a otro. Me toca echar dedo, hacer largos trayectos en muletas y, a veces, llego el mismo día de las competencias", cuenta.
Lo hace con un amor sin igual por la bicicleta. "Independiente de lo que sea, y de sus problemas, en el deporte es un hombre muy valiente, tiene gran entereza, no se rinde fácil", señala Xavier Bigorda, un hombre de deportes extremos y quien ha sido testigo de sus presentaciones.
No tiene donde vivir, a veces duerme en los parques o en alguna casa de un conocido que le brinda la mano; tampoco celular; ni bicicleta, porque la que tenía se la robaron, tal como sucedió, alguna vez, con sus muletas. Las que usa se las prestan.
Arma su propio escenario
Y así como profundas son sus depresiones y recaídas, igual de destacada es su entereza para armar, él mismo, la pista en la que hace toda clase de piruetas con la pequeña cicla.
Con sus propias manos, apoyándose en una muleta, y con la ayuda de un pedazo de tabla y amigos de la bicicleta, diseña el lugar donde hace sus demostraciones. Allí levanta una especie de rampa, casi en ángulo recto, que le proporciona un gran salto. Se retira unos cien metros; se impulsa, agarrado a una moto y, luego, sale despedido por los aires.
Las acrobacias que ejecuta son increíbles. Una de las más impresionantes y que obligan a frenar la respiración, por instantes de segundo, es la que denomina "superman's" , en la que suelta la cicla en el aire y queda suspendido, como si fuera un cohete. La caída es dura, pero amortigua el golpe en espuma o tierra amontonada.
"Ejecutar estas acrobacias y sin una pierna es algo que causa asombro", dice Santiago Restrepo, técnico del semillero de bicicrós de La Estrella, donde Yamid realizó, recientemente, una demostración.
Por eso hoy sueña con reorganizar su vida. Ser la imagen de los deportistas discapacitados en deportes extremos; llevar su proyecto a pueblos y ciudades; mostrar que la falta de una pierna no es un impedimento para seguir luchando, porque, en su caso, para volar no se necesitan alas.
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