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PENSAR LA MUERTE

  • PENSAR LA MUERTE |
    PENSAR LA MUERTE |
30 de octubre de 2012
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Siendo país de tanta muerte, no tenemos pensamiento ni palabra sobre la muerte. De ahí que en el día de los muertos, todo se nos vaya en disfraces. La sola mención del fin inexorable, nuestro y de nuestros íntimos, nos empavorece a tal grado que optamos por hacer ruido con tal de no mirarnos en el espejo del más allá.

Escapamos en la mente de lo único inescapable, como si olvidando el sol pudiéramos librarnos de su quemadura. Está bien, no hablemos de masacre, puñalada, descuartizamiento y otras figuras de la muerte natural colombiana. Es normal que odiemos estos coágulos, que el horror sea manto para cubrir sus oprobios.

Refirámonos más bien a muerte en cama, de viejos, cumplidas ya las metas, o incumplidas pero resignadas. Esta es la muerte que no se quiere ver, de la que pretendemos huir porque no resistimos ni siquiera imaginar.

Como el esqueleto asusta, nadie reflexiona sobre huesos secos, mucho menos intenta hacer paces con este horizonte de polvo gris y viento. Al revés de los estrategas de la guerra, que piden unirse al enemigo cuando no se le puede vencer, los míseros mortales no procuramos gesto de acercamiento hacia la señora de guadaña.

¡Y sería tan sensato… Si cada mañana contempláramos la contingencia de una muerte sin aviso, adecuaríamos cada órgano para el descanso, despediríamos gracias y desgracias, entregaríamos armas que nos hacen porfiar en contravía. Abrir puertas a la eventualidad extrema: he aquí una astucia de inteligentes.

Si al amanecer celebráramos estas bodas con la muerte, la suma de días conformaría una segunda naturaleza humana reconciliada con la brizna. Qué descanso de cerebro, qué alivio de músculos y uñas nos llegarían gracias a este hermanamiento con la muerte. De adversarios, pasaríamos a ser aliados del misterio, agradecidos compañeros de insignes antepasados.

Desconocemos los parajes siguientes pero podemos asegurar que quien se apresta con afirmación a esas nieblas, ingresará en la noche con alguna luz compasiva. No es extraño que lógica similar reine aquí y más adelante, de modo que la amistad con la muerte represente adelanto evolutivo, boquete hacia misericordiosas rutas.

Pensar en la muerte es pensar en los muertos. Los muertos ya saben lo que ignoramos. Aquellos de ellos que quisimos en vida, por sus vidas, libros, músicas, heroísmos, nos aguardarán de alguna manera incógnita si desde ahora les enviamos una sonda de ansia.

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