Con los viejos grandes actores pasa lo mismo que con los expresidentes: nadie sabe qué hacer con ellos. A partir de cierto momento, por más premios que tengan, los únicos papeles que les ofrecen son los de abuelito sabio o villano de la función, porque por desgracia el cine comercial siempre ha sido y será el reino de la juventud eterna.
La injusticia es mayúscula, porque los viejos grandes actores, a diferencia de los expresidentes, mejoran con los años. Son como los músicos: la edad les da herramientas para que su interpretación sea mejor. Y por eso mismo hay que celebrar (aunque no sea una gran película, aunque en su guión abunden los pasos en falso) que tengamos la oportunidad de ver a Christopher Walken, Alan Arkin y Al Pacino (que suman entre los tres 14 nominaciones y tres premios Oscar, uno para cada uno) en una película escrita y pensada para su lucimiento, que tiene un título mejor en español que en inglés: Por los viejos tiempos.
Pacino es Val, un antiguo matón de la mafia que ha pasado 28 años de su vida en la cárcel, cumpliendo con la norma de honor de no delatar a ninguno de sus compañeros involucrados en la muerte del hijo de un jefe gánster. Walken es su mejor amigo, Doc, que aparte de recibirlo a la salida de la prisión tiene el difícil encargo de acabar con él antes de que llegue la mañana. Y Arkin hace de Hirsch, el cómplice de ambos que conducía el auto cuando necesitaban escapar treinta años antes, quien ahora pasa los días en un hogar de ancianos. Val, que presiente desde el comienzo que a su amigo lo han contratado para que sea su verdugo, y entiende que son gajes del oficio, le propone que pasen juntos esa noche, haciendo las cosas que él no ha podido en el último cuarto de siglo: irse de juerga, probar algunas placeres prohibidos, sentir la emoción de la velocidad y la libertad.
Hay que aguantar la primera media hora, verdaderamente floja. Como si necesitaran más tiempo para entrar en calor por los años, durante esos primeros treinta minutos Walken y Pacino lucen sin brío, desajustados, cojos. Pero a partir del momento en que sacan a Arkin del ancianato, Por los viejos tiempos toma vuelo, y les permite a sus intérpretes mostrar todo lo que pueden hacer con su instrumento: con sus gestos y su mirada, con su voz y su postura. A pesar de que el guión no sea nada del otro mundo y que los personajes secundarios desaparezcan tan gratuitamente como llegan, tiene el suficiente tino para darle a cada uno su momento de lucimiento: un número de baile, una escena de acción, unos minutos de seducción.
En cierto momento de la película, entendemos que no importan demasiado la trama o el destino de los personajes (sabiamente la cinta escoge un final abierto). Lo que vale es tenerlos frente a frente en la pantalla, con sus tics y sus mañas acumuladas, tocando para nosotros, sus admiradores, un repertorio del que nos sabemos de memoria la melodía y la letra, y que nos gusta precisamente por eso.
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