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PREFACIO PARA UN MISTERIO

  • ERNESTO OCHOA | ERNESTO OCHOA
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30 de marzo de 2012
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Estuve donde el padre Nicanor, mi tío, en la visita que todos los años le hago en días previos a la Semana Santa. Las tortas de pescado seco que prepara Mariengracia son una delicia de vigilia.

-Pues sí, hijo. Llegó la Semana Santa. Por convencimiento personal o por simple devocionismo, por sincera tradición religiosa o por inercia cultural, para muchos son estos días el único contacto religioso, una apertura, fugaz muchas veces, con el mundo espiritual.

-Es cierto, tío, pero no es bueno generalizar. Y menos en el campo religioso.

-Tienes razón, muchacho. Me perdonas si te sonó a eso mi comentario. No hay predio más infranqueable que el de la relación del hombre con Dios. Desde el ateísmo hasta la alta experiencia mística, no hay mundo más íntimo y más digno de respeto que el de la búsqueda del Absoluto. Pero también ninguno tan acosado por merodeadores que obstaculizan el fluir, trágico o plácido, de esa búsqueda que siempre es mística.

-¿Pero se puede hablar de mística a una sociedad en la que Dios brilla por su ausencia?

-En mi concepto, una de las causas principales del deterioro de la religiosidad, no sólo en la iglesia católica sino en todas las religiones, es la pérdida del sentido místico de la vida. No es la falta de moral lo que acaba con la religión. La inmoralidad, la amoralidad o la desmoralización de las costumbres no son la causa de la irreligiosidad o de la arreligiosidad. Son la consecuencia.

-Lo entiendo, padre. Porque, pienso yo, ser religioso por razones simplemente moralistas, casuísticas y normativas, que fue como nos criaron, lleva a perder las raíces interiores de la fe, ese horizonte místico que usted insinúa.

-A menudo, en el fondo de la religiosidad hay más un miedo a la libertad que el deseo y la necesidad de dar cauce a esa libertad. Podríamos decir que una religión que no tenga una base mística de apertura al misterio, no es significativa ni valedera, aunque sea verdadera.

-Gracias, padre. Mariengracia me está esperando en la cocina. Me deja usted inquieto, pero no tan convertido como para renunciar a las torticas de pescado seco que está fritando su sobrina.

-Que las disfrutes, hijo, y ten en cuenta, para esta Semana Santa, que nada hay más explosivo que la vivencia interior de Absoluto. Ni silencio más revolucionario que el del contemplativo que permite que irrumpa el misterio. Ni Dios más inquietante que el Dios de la libertad.

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