Fue una reunión para discutir sobre dos ausentes: Estados Unidos y las Farc. Y claro, como no estaban de cuerpo presente los dos protagonistas cada quien dijo lo que se le antojó sobre ellos. Todos los mandatarios del sur, con excepción de Uribe, expresaron que Estados Unidos usaría o podría usar las bases militares colombianas para intervenir en el continente de manera indebida. Uribe se explayó mostrando a las Farc como la gran amenaza del hemisferio.
Los presidentes suramericanos tienen razones históricas para inferir que Estados Unidos puede, en cualquier momento, despachar aviones de combate o de abastecimiento para apoyar un golpe militar contra algún gobierno que no sea de su agrado o promover acciones punitivas en cualquier lugar de América Latina contra grupos o personas acusadas de terrorismo o narcotráfico.
La larga cadena de intervenciones en toda la región, permiten sacar esta conclusión inapelable. También la reciente doctrina Bush que hablaba de la guerra preventiva y bajo este rótulo se lanzó sobre Irak y auspició acciones encubiertas en todo el mundo.
Pero los presidentes de la región debieron al menos considerar que en este momento hay un mandatario en Washington que puede variar o atenuar esta conducta tradicional de Estados Unidos. Barack Obama ha dado además algunas muestras concretas de que esto puede suceder. Los cambios leves, pero significativos, en las relaciones con Cuba, son la señal más importante. También la disposición al diálogo abierto y a la concertación que mostró en la pasada cumbre de las Américas.
Desafortunadamente estos cambios son lentos y complicados. La política hacia América Latina aún no se ha formulado y el equipo de trabajo de Obama hacia la región aún no ha tomado posesión.
El Departamento de Estado está en un momento de consultas intensas para elaborar unas modificaciones consistentes a la política de Bush que sólo saldrán a la luz pública en unos meses.
Tampoco se ha efectuado el cambio del subsecretario de Asuntos Hemisféricos. Tom Shanon, que ostentó el cargo en tiempos de Bush, sigue en funciones, a pesar de que ha sido designado como embajador en Brasil; y Arturo Valenzuela, nombrado por Obama como nuevo subsecretario, está aún para ratificación en el Congreso.
Quizás fue esta realidad la que no permitió la presencia de un alto funcionario, o del propio Obama, en la reunión, como lo había solicitado el presidente Lula. En estas condiciones la explicación del alcance de las bases estuvo a cargo de Colombia y esto no dejó satisfechos a los demás países.
Pero si en la percepción sobre la política norteamericana se pudieron cometer errores y exageraciones, en la apreciación sobre las Farc que presentó el presidente Uribe se batieron todas las marcas del sensacionalismo.
El presidente Uribe, que ha proclamado una y otra vez que las Farc están en el fin del fin, que el gobierno prepara su estocada final a unos reductos divididos y dispersos, que la política de seguridad ha devuelto la tranquilidad a los colombianos, fue a Unasur a mostrar una guerrilla con una capacidad de daño impresionante, a achacarle los males del país y de la región andina a estas fuerzas, a soslayar que la violencia colombiana proviene de muchos lados, entre los cuales están los propios agentes del Estado.
Con esta presentación efectista ante los medios de comunicación logró neutralizar los reclamos y la desconfianza de la región sobre Colombia y sacar una declaración en la que, al lado de la advertencia de que nuestro país debe garantizar que las bases se utilizarán sólo para operaciones en el interior de las fronteras, se incluye el compromiso de los demás países de combatir las manifestaciones de actores ilegales colombianos.
Perdimos todos. Perdió la región porque aún no puede concentrar sus esfuerzos en las tareas de integración y porque aún no se muestra como un bloque cohesionado para concertar con Estados Unidos una nueva agenda continental. Perdió Washington que es visto con los lentes del pasado. Perdió Colombia que ha atado su realidad diplomática a las Farc.
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