Si el nombre de Belmira tiene inspiración portuguesa -quiere decir "bella mira" o "bello paisaje"-, cualquier cosa pudo inspirar el bautizo de los pueblos de Antioquia.
Por ejemplo, Abriaquí se llama así porque María Centeno, conocida como la patrona de la minería, le ordenó a un esclavo "mirá negro, abrí aquí un hueco para guardar el oro", y la frase inspiraría a quienes luego bautizaron el pueblo.
Sin esa anécdota, seguramente Abriaquí habría terminado llamándose Mallarino, Palestino o Norvalles, como se conocía en ese entonces. O hasta peor, pues si se hubiera conservado uno de sus últimos nombres, hoy en día los viajeros no tomarían un bus a Abriaquí sino a Santa Cruz de Narváez, población cercana Frontino, paso obligado hacia Urabá, que era el destino de la Centeno con un cargamento de oro que debía ocultar para evitar que le fuera robado en el camino, en ese entonces (los años 1500 y 1600), verdaderos senderos de herradura.
Pero así como a un humano lo ponen Cleyder, Dólar, Venezuela Libre Socialista o Disney Landia, en el pasado también se derrochó ingenio para bautizar a los pueblos. Y cualquier suceso o personaje que tuviera incidencia en el territorio era argumento para nominar a las localidades.
Fruto de ello es que hoy tenemos municipios que se llaman Armenia Mantequilla, Yarumal, Amagá, Barbosa, Ituango o Peque. Nombres que a simple vista dicen poco o de los que resulta difícil intuir o adivinar el origen. Pero abundan justificaciones.
En Armenia Mantequilla se juntaron dos razones: los colonos que llegaron a esta región del Occidente vieron un cerro coronado de yarumos blancos que a lo lejos semejaban una inmensa bola de mantequilla. Y la segunda, cuenta la historia, fue que a un intelectual de la región, Francisco Calle, el relieve de la montaña se le pareció al del monte Ararat, donde ancló el arca de Noé, cerca a Armenia (país de Asia Menor) y logró que al Mantequilla le sumaran Armenia. Aunque circuló otra versión: que su afán porque el poblado se llamara solo Armenia se frustró por la necesidad de diferenciarlo de una ciudad que ya existía: la de Armenia, en Quindío. Un nombre que distrae, pues cuando el visitante se imagina que allí se produce la mejor mantequilla se entera que en realidad es un pueblo cafetero y la mantequilla toca comprarla en las tiendas proveniente de otras regiones.
Las motivaciones
Gregorio Henríquez, antropólogo antioqueño que ha estudiado este tema, sin duda excitante y cargado de sorpresas, afirma que en este departamento, para bautizar los pueblos, primaron los nombres bíblicos (como el mismo Armenia, Tarso o Jericó); los de aborígenes, en honor a indígenas o caciques que tuvieron admiración y arraigo entre los pobladores; los de adbocaciones marianas o de santos; los de próceres o héroes (como Bolívar o Girardota); y los que nacen de deformaciones lingüísticas.
"De este último caso es Fredonia, que viene del vocablo Freedom, que significa tierra de a libertad", explica. Y cita otro ejemplo: el de "Angelópolis, que es de lo más curioso del mundo, porque significa la ciudad de los ángeles".
El investigador resalta que en la fundación y nominación de las 125 poblaciones, Antioquia tiene un compendio de imaginarios propios, muy similar al del país, en el que participaron los fundadores, los mismos españoles, "que en algunos casos intentaron rendirles homenaje a sus ciudades de origen", así como los campesinos e industriales criollos, que pretendieron instalar las nuevas ciudades en el territorio paisa.
Destaca, por ejemplo, que en el Valle hay casos como el de Guadalajara de Buga, donde se buscó hacer homenaje a ciudades hermanas, o el Cauca, donde priman los nombres indígenas. En la Costa Atlántica, advierte, hay más variedad, ya que allí, por ser puerto, se instalaron alemanes, ingleses y libaneses que pasaron por la región y dejaron su huella.
"El recorrido por Colombia permite reconocer las migraciones culturales que han hecho posible este territorio".
Muchas curiosidades
Al rastrear el origen de algunos nombres se halla el contraste: la historia normal, sin sorpresa, de llamar a un pueblo San Luis, San Carlos o Santa Fe de Antioquia, en honor a santos o patronos de la iglesia, teniendo en cuenta que fuimos colonizados por españoles, de fe católica. Pero a la par va el encanto de las anécdotas que motivaron bautizos tan exóticos como el de la población llamada Támesis.
Este municipio, a la llegada de los españoles, lo habitaban indígenas chamíes. Pero los ciudadanos Pedro Orozco Ocampo y su esposa Rafaela Gómez Trujillo, potentados, adquieren tierras y luego fundan el poblado con el nombre de San Antonio de Támesis. Pero Rafaela, muy adinerada por cierto, había estado en Inglaterra y allí quedó fascinada con el río Támesis, que atraviesa la ciudad de Londres, y ve la oportunidad de eternizar ese grato recuerdo que tenía en la memoria. Y Támesis se hizo pueblo.
"Eso es real, mis rastreos así lo confirman", precisa Germán Suárez Escudero, historiador e investigador, que se conoce al dedillo todos los intríngulis y detalles de esta encantadora historia y la relata con total claridad y precisión.
Igual que Gregorio Henríquez, Suárez Escudero coincide en que el santoral, los indígenas y los nombres o pasajes bíblicos marcaron el bautizo de los pueblos paisas.
Y desvirtúa algunas leyendas, como aquella de que San Jerónimo se llama así porque en su territorio habitó un cacique llamado Jerónimo: "En realidad, el pueblo recibe el nombre en homenaje a un santo que tradujo la Biblia a la lengua nuestra".
También niega que en Cocorná hubiera existido un poderoso cacique y que por él se bautizó con ese nombre al pueblo: "Ese nombre es onomatopéyico, allí había un pájaro que al cantar decía co-cor-ná, co-cor-ná y por eso lo nombraron así".
Sin embargo, los historiadores se van más con la historia del cacique y con otra que habla de que Cocorná proviene de la palabra Pantogora Cocozna, que en lengua aborigen significa "tierra de animales".
Otro nombre muy curioso es Frontino, que pudo obedecer a dos historias: la primera habla de que en el territorio hay un cerro que a la distancia se ve plateado, pero cuando el sol le llega de frente se ve como una montaña de oro. "Pero también pudo ser en homenaje al famoso personaje romano que era experto en construir acueductos", dice Suárez Escudero. Pero tampoco olvida que el nombre pudo venir de un oso de la región que tiene una señal en la frente. Al parecer, se da como versión más acertada una combinación entre el color claro del Cerro Plateado y el oso, ya que la palabra "frontino" significa mancha blanca o lucero en la frente de los caballos y otros animales.
Uno de los nombres tal vez más extraños y exóticos es el de Sonsón, del cual figuran 4 versiones, según está consignado en varios escritos. El historiador Jaime Sierra García, exgobernador ya fallecido, dijo que los primeros pobladores, que andaban buscando tierras dónde anclar, al hallar el territorio, simplemente exclamaron "éstas son, son". Otra viene de Manuel Uribe Ángel, quien sugiere que Sonsón es nombre onomatopéyico del sonido de las aguas de las cataratas cercanas al sitio de fundación.
Juan B. Montoya sostiene que el nombre vino de la palabra Cocom (voz indígena Maya), pues, según él, los indígenas que ocuparon estas tierras no provenían de las Antillas sino de México o Yucatán. La cuarta versión atribuye el nombre a la palabra indígena Sunsún, que significa cañabrava, una especie abundante en la zona.
El alcalde actual, Dioselio Bedoya López, dice conocer las cuatro versiones, pero opta por creer en la primera: "Cuando los colonizadores llegan al cerro Capiro dicen que "estas sí son, sí son la tierras para fundar pueblo". El mandatario admite que el nombre les resulta curioso a los extraños y que donde él va le preguntan que por qué se llama así: "Yo les digo lo más sencillo, que soy dos veces, pero dos veces feliz, ja ja, ja".
A Sonsón se le conoce con un apelativo muy poético: "La ciudad que decidió no morir". Y el gentilicio es sonsoneño.
Pero así como Sonsón tiene leyendas, hay nombres tan sencillos como Venecia, llamado así porque a alguien se le pareció a la ciudad italiana dado que, en esa época, era prácticamente una laguna.
Ni qué decir de Vegachí, cuyo nombre sintetiza otro más largo relativo al paraje y la finca Vegas de China, donde se formó el pueblo, bautizado luego tomando las primeras sílabas de ambas palabras.
Sopetrán, Arboletes, Chigorodó, Envigado, Itagüí, La Estrella o La Ceja también constituyen curiosidades de este recorrido por la historia de los nombres de los pueblos paisas, un viaje con 125 estaciones, en algunas de las cuales a uno le provoca hasta quedarse a vivir, como Necoclí, pero más por su paisaje, sus playas y su mar sereno que por su nombre, llamado así para evocar la leyenda de un viajero que llegó cansado y con sed y que cuando quiso calmarla alguien le dijo con ironía que "ni coclí hay por acá", siendo el coclí una bebida común y muy apetecida en la región.
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