Espantaban. Sí, así como se lee. Espantaban ayer a las 9:15 a.m. en el Aeropuerto José María Córdoba en la salida de vuelos nacionales.
Supuestamente, a esa hora llegaba al terminal de Rionegro el medallista paralímpico Elkin Alonso Serna Moreno.
Uno que otro taxista esperaba algún viajero. Los vigilantes requisaban. Y personal del aseo en sus actividades de limpieza. Nada más. Un panorama bien desolador. Y raro.
La desilusión fue tremenda para los representantes de varios medios de comunicación que, desde temprano, tomaron posición vigilante desafiando el frío.
Sin embargo, sería doña Libia, la orgullosa madre del plateado Elkin, la encargada de cambiar los rostros aburridos de quienes aguardaban con la paciencia de Job: el vuelo se había atrasado; la salida de Bogotá sería a las 10:20 con llegada confirmada a las 11:18 a.m.
Una larga espera que propició varios tintos entre charla y charla. Hasta que comenzó el agite. Primero, el desfile de familia y amigos. Y luego, la tensión cada vez que un avión aterrizaba. El ambiente comenzó a calentarse de a poquitos.
A la primera que siguieron las cámaras fue a doña Libia. "Venía nerviosa, pero acá lo único que espero es ver a mi hijo para volver a darle otro abrazo como en Bogotá. Que la gente vea a su campeón". Sí, así, un campeón, como cree doña Libia se le debe decir a su hijo. "Así haya sido medalla de plata, por su esfuerzo, él es todo un verdadero campeón y un ejemplo para niños y jóvenes".
El anuncio de la llegada del vuelo de Avianca 9338 provoca una estampida. La quietud se acaba. Algunos hasta corren. Por las escaleras de descenso muchas camisetas verdes. Son los jugadores de Nacional que también venían en el vuelo. Ninguno de ellos sabía que esa señora que estaba envuelta en una bandera de Colombia, era la madre de Elkin Serna. Todos pasaron derecho.
Y llegó el momento de los fuertes abrazos. Primero, de Elkin con su madre; luego, con su padre Joaquín; y el más largo, con su novia Leidy Caldera, con quien lleva una relación de diez meses.
"Gracias a todos ustedes por este recibimiento", atinó a decir el atleta, vestido de amarillo, sin ocultar algo de nerviosismo. Entre flash y flash abordó una Pathfinder y el regreso comenzó. Todo parecía normal, un viajero más que llegaba.
El otro recibimiento
La historia cambió justo en el peaje de la Autopista. Carro de bomberos, ambulancia, varias patrullas de policía, motorizados, agentes de tránsito, y ocho representantes de los discapacitados, quienes, en sus sillas de ruedas, fueron los encargados de iniciar el desfile. Además de cientos de aficionados. Algunos "trepados" en bus especial.
Elkin tembló al subirse al carro de bomberos. Era la primera vez que lo hacía. En sus ojos afloraron las lágrimas que luego se comenzaron a confundir con el sudor que le bajaba por el rostro en una mañana de sol y calor. Pero nunca se cansó de mostrar la medalla colgada al cuello.
Abajo, cuando la caravana entró al barrio Zamora, las vías estaban atestadas de gente. No había por donde pasar. La calle 20 fue cerrada y a la casa identificada con el número 43-15 no le cabía una pancarta más. "Bienvenido Elkin, nuestro campeón... Con personas como tú, todos podemos tener una esperanza... El campeón de la vida".
Aplausos, confetis, bombas. Un espectáculo indescriptible. Y el hombre protagonista de la hazaña que es "bajado" del carro de Bomberos y llevado en hombros hasta un tablado, donde luego de un breve respiro, gritó fuerte: "Viva Zamora". La respuesta no se hizo esperar "se vive, se siente, Zamora está presente... Se vive...". Ahí si que quedó sin respiración el nuevo campeón de la vida como lo llamó doña Libia, casi con lágrimas en sus ojos.
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