Las relaciones interpersonales requieren que las partes deseen iniciarlas, mantenerlas e incrementarlas; si alguna de esas partes decide enfriarlas o romperlas y así lo hace, no hay poder humano que cambie esa circunstancia.
Infortunadamente el Presidente del Ecuador tiene un rencor desde chiquito y no lo ha podido alejar de su espíritu. Es indudable que ese individuo no está sano y quiere irradiar su enfermedad. Se parece a algunos enfermos de Sida que deciden inyectar a desconocidos, motivados por la ira que padecen debido a que posiblemente fueron infectados sin que las circunstancias de su vida les originaran ese riesgo. Lo grave es que para vengarse de la sociedad se dediquen a propagarla.
Ese rencor y odio lo proyecta hacia personas y lo hace para conseguir la aceptación de un pueblo que, por el apoyo a esas actitudes, sufre de una enfermedad similar a la de su Presidente y en cada oportunidad se manifiesta con agresiones hacia nuestros coterráneos como lo escribe en el diario El Comercio de Quito María del Carmen Almeida: "Y cuando el Presidente Correa dijo, muy suelto de huesos, que la ruptura de relaciones diplomáticas no afectaba los fraternos vínculos entre ambos pueblos, supe que quien no entendía nada era él. Porque él no se enteró de los muchachos colombianos que no pudieron graduarse de colegio con sus compañeros porque tuvieron que salir en quema".
Las enfermedades del espíritu obnubilan la mente y acaban con la razón, llegando a convertirse en obsesivas. Nosotros como país no podemos dejarnos contagiar de ese mal, aunque tampoco debemos tolerar permanentemente los insultos y las agresiones verbales de ese ser insano.
Recuerdo que de niño, cuando tenía una recaída en la rabia que me dio, me mojaban con agua fría para calmar esos arrebatos y así volvía a la cordura.
No sé si para este señor basta una metida a la ducha, pero estoy seguro de que se requiere una acción que le baje los humos y le ubique los pies en la tierra. Unos oportunos y accidentales cortes de energía o una falta de liquidez de nuestros compradores a sus productos agrícolas o acciones reales y con toda la claridad, que lo lleven e entender que estamos en un mundo en donde las rencillas personales no pueden ser el norte de las relaciones entre países.
De pronto unos correazos le caerían muy bien para que le ardan un poco las posaderas y se dé cuenta de que no serán sus caprichos y lamentos los que determinen el comportamiento del pueblo colombiano.
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