Las mujeres de la cuenca del Atrato pasan la mañana en el río. Como en una película en la cual todas las actrices representaran un mismo papel, se les ve pasar el tiempo en la ribera haciendo oficios iguales. Ver a una o a muchas es igual para darse cuenta de esa costumbre.
Al alba, unas de ellas salen de sus casas con los niños que todavía no caminan por sí mismos cargados en sus brazos o llevando de la mano a algunos de esos que comienzan a hacerlo, pero que a duras penas se sostienen; otras caminan con una ponchera de ropa sucia en la cabeza, sostenida por su mano diestra, un manduco y un cepillo en la izquierda; las demás, con otra vasija igual colmada de chócoros o trastos de cocina, también sucios.
Uno las mira alejarse rumbo al río. Ellas caminan como bailando.
En la orilla están las balsas hechas de la madera liviana del balso, como patios flotantes de madera, en los que ellas, después de bañarse con su jabón y su champú, vestidas con short y camiseta, se quedan sentadas varias horas lavando todo lo que llevaron consigo: primero, a los niños que, lejos de llorar, ríen o se entretienen impávidos mirando las barcas pasar; luego, los chócoros y, por último, la ropa.
Y el lavado de las prendas sí que es singular: enjabonan cada una y la golpean con el manduco sobre una de las tablas de la balsa, la del bordo, como si quisieran desterrar la mugre a golpes para disuadirla de regresar. El manduco es ese utensilio de madera que recuerda una raqueta, cuya parte delgada es el asa y la ancha es con la cual sacan la mugre.
Al final de la mañana, un hombre se encarga de llevar a casa la ponchera de ropa lavada, más pesada por el agua.
En los pueblos ribereños, casi todo el mundo se baña en el río. Por eso, Milton, un chico de once años que sale a jugar a las bolas de cristal en las calles de tierra de su pueblo, dice: "para mí el río es mi baño de cada mañana, antes de irme a estudiar".
Tarde alegre
Después de la hora sin sombra, los ribereños pueden pensar en acudir a la orilla del río a ver la vida. En Riosucio es moneda corriente que Los Mirindulos, animados por el leve efecto que puede producir un par de cervezas, armen el baile en la playa, la misma que sirve para los casi permanentes partidos de fútbol. En esa cancha, dicho sea de paso, se formó Maler Tresor Moreno, un futbolista de talla internacional.
Sin que medie palabra, sin que nadie tenga que recorrer las calles invitando a la improvisada fiesta, atraída por el sonar de bombos, saxos, bombardinos y clarinetes, decenas de personas rodean muy pronto a los músicos. Una de ellas es Ana Rentería, conocida como Maravilla, quien apenas sí espera el fin del tamborito Tate no más de arrecha, para tomarles fotos a los músicos con su teléfono celular.
"Esa es una canción que tocamos mucho -cuenta José Luis Vega Córdoba, coordinador del grupo, educador como casi todos los integrantes-. Es la que le dio nombre a la chirimía. Habla de un hombre quibdoseño que tenía fama de rápido con las muchachas. Las mamás mantenían advirtiéndoles a ellas que no se juntaran con Mirindulo, que de pronto las dejaba pinadas, o sea preñadas".
Porque en la música de chirimía, los compositores suelen hacer canciones con los sucesos cotidianos de los pueblos. Así lo confirma Rufino Salas, uno de los integrantes del conjunto, quien también es clarinetista, compositor y vocalista. A veces es testigo de las historias; otras, las conoce por los comentarios, y trata de convertirlas en canciones.
En un pueblo del Atrato,/ un gran caso sucedió./ Dos mujeres estaban peleando,/ dicen que por don Ramón./ Una de ellas quedó en la calle,/ sin aretes, falda y hasta sin calzón.../
Bundes, jotas, danzas, contradanzas, levantapolvos, tamboritos, currulaos, abozaos, son los aires que interpretan.
Pastro
Son los mismos aires que, en Quibdó, baila el Ballet de Pastro. Pastro -cuyo nombre es Ariel Rentería Sánchez- es un bailarín de trayectoria. Se formó en su ciudad y en Bogotá. En la fría capital estudió en la Escuela de Artes e hizo parte del Ballet Colombia, de Ligia Granados. Después, pensó: "si el Chocó es conocido en el país por la expresión del baile, por la gracia especial que tenemos sus habitantes, ¿por qué no hay un ballet que lo represente?" Y regresó a su tierra a conformar esa agrupación.
El nombre se fue dando de manera espontánea; la gente lo bautizó así. Pastro es la degeneración de su apodo original, Pastrana. Así lo llamaban porque su papá era admirador del Presidente de Colombia entre 1970 y 1974.
Al Ballet de Pastro se le halla todas las tardes ensayando en un salón que donó la Agencia de Cooperación Española, situado a pocos pasos del Banco de la República. Una docena de jóvenes, con vestuario de amplias polleras, las mujeres, y pantalón, camisa y sombrero, los hombres, reciben instrucciones de Pastro y bailan en un suelo de madera ante un espejo de pared entera en el que ven los movimientos de sus cuerpos risueños. "Ya hemos ido a Medellín, a Bogotá y a Andagoya".
"¿Con Pastro? Uf, llevo una añisa", dice Yanelis Rovira Mena, una turbeña radicada en Quibdó con su familia, para determinar que lleva mucho tiempo al lado del bailarín. A ella le gusta la jota, la cual, según les ha enseñado Ariel, es un aire colonial. Inicialmente lo bailaban los blancos, pero los negros lo tomaron para sí, al principio de manera burlesca. Al tiple y la bandola les agregaron el tambor y les incorporaron el ritmo.
Indígenas
"El guatín es un animalito pequeño de cuatro patas y de un color como café rojizo. Se alimenta de frutas, hongos, insectos y flores. Entierra semillas y en tiempo malo, cuando no hay comida, depende de esas semillas que enterró. Vive en una madriguera".
Esta descripción la hace Laura, mujer indígena de la comunidad Wounaan. Cuenta que sus ancestros aprendieron de ese animal, el cual, según las creencias antiguas, "era persona a la que le gustaba bailar". Por eso, en la danza, las mujeres wounaan tratan de imitar los movimientos del roedor: dan saltos cortos adelante, atrás y a los lados, formando círculos.
Entre los embera -nombre que traduce "gente del maíz"-, también hay danzas ancestrales. Una de ellas la realizan en la ceremonia de iniciación de las chicas. Cuando una de ellas cumple trece años, después de la menarquia, consideran que ya es mujer y puede casarse. Por eso hacen una fiesta en la que las mujeres bailan en fila, sus torsos desnudos, y se emborrachan con biche, un licor a base de caña que consumen por igual indios y negros. Después, si entre los jóvenes presentes está el de su gusto -y es correspondida-, puede irse a vivir con él a casa de sus suegros. "La organización de los embera es patrilineal", sintetiza Elisio Cáisamo, dirigente de esos pueblos radicado en Quibdó.
Arte sano
Como las fibras naturales, las semillas, las maderas se dan de manera silvestre, no resulta extraño que las artesanías abunden. Nubia Moreno es diseñadora. Tiene un almacén en el centro de Quibdó, en el que expende bolsos, correas y accesorios diseñados por ella o fabricados por otras artesanas, pero que se sintonizan con su concepto de moda.
"El mío es un concepto étnico. En mis productos se percibe la identidad cultural chocoana. Son artículos elaborados con materias primas que se dan silvestres, como la damagua, de la que se ocupan más que todo los afrodescendientes; otras, como las fibras vegetales para cestería y las chaquiras, son de preferencia indígena, tanto wounaan como embera".
La damagua, explica, es una fibra que se convierte en tela. Proviene de un árbol de unos 30 metros de altura y un diámetro de unos 80 centímetros. La corteza externa de esos troncos cónicos es la que se utiliza para la fabricación de esteras, hamacas, bolsos, prendas de vestir.
Originalmente, continúa hablando Nubia, viene de un color blanco amarillento. Unos artesanos la usan así, combinándola con trozos teñidos con tinturas naturales para formar los vivos del objeto. La elaboración de los bolsos es en un ochenta por ciento a mano y en un veinte por ciento a máquina.
En los estantes se destacan los abigarrados accesorios de chaquiras: manillas, collares, hebillas...
"Por lo general, tratamos de ocupar a madres cabezas de familia, muchas de ellas desplazadas por la violencia".
Por su parte, Nimia Teresa Vargas es fundadora de la Red Departamental de Mujeres, entidad que agrupa a personas de diferentes etnias. Además de elaborar productos como los de las mujeres que agrupa Nubia, "nuestras indígenas del alto y bajo Baudó trabajan el güerre y la madera".
Con los retales de damagua elaboran aderezos. Mirla, una de las artesanas, fabrica collares con semillas de tagua y lágrimas de chumillo. Las mujeres embera hacen, con sus chaquiras, tiras para brasieres.
Una de las aristas de la Red de Mujeres es un restaurante con el cual, dice Nimia, "se cumplen tres propósitos: dar empleo a mujeres; cultivar las recetas propias de nuestro departamento, pescados de mar y río, así como sancochos, y financiar proyectos de capacitación de algunas integrantes de la Red".
Los dos primeros fines se perciben al entrar al establecimiento, en Quibdó: se ven a las mujeres cocinando y sirviendo, y se respira el aroma de esa cocina, el cual abre el apetito.
Para el tapado de bocachico, ponen a cocinar los plátanos desde el día anterior. Lo demás, "su sal y su cilantro, su arracacha partida a lo largo; su yuca" y demás verduras, las echan a cocinar primero. Por último, tapan esos ingredientes con pescados enteros y dejan el caldero en fuego de leña por más de una hora.
Noche con muerto
En la noche, cuando hay muerto, llegan los cantaores y las cantaoras de alabaos.
Pobrecito de mi padre/ con qué lástima murió./ En un sueño muy profundo/ dormidito se quedó.
A Braulio Mena lo buscan para cantar en velorios y novenas. "Cuando el muerto es un niño de menos de siete años, un angelito, le cantamos arrullos, cantos más alegres, y se baila un poco. No se puede llorar porque entonces no van al cielo. Yo me crié en esa cultura".
Mi compadre carpintero/ carpinteaba de rodillas.
Cuando ya estaba cansao/ se sentaba en una sillan
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