El cuerpo humano desnudo fue el motivo central del arte griego desde el siglo VIII a. C. La figura del deportista tenía tal relevancia que hasta los mismos dioses solían ser representados con los atributos físicos de los atletas.
Cerca del año 440 a. C., Policleto de Argos realizó una escultura del héroe Aquiles; algunos arqueólogos aseguran que está inspirada en un joven lanzador de jabalina. Con esa obra, formuló el célebre tratado que conocemos como el Canon: siete cabezas para reproducir las proporciones de la figura humana perfecta. (Las mujeres atletas, esas sí, vestidas con túnicas, tuvieron menor protagonismo… pero ese es otro cuento).
Durante muchos años, las primeras planas de los diarios colombianos se convirtieron en un muro de museo; exhibían la misma escultura ―con la túnica del tricolor nacional― en movimiento: musculosa, brillante, perfecta. La vimos en distintas posiciones: lanzando la jabalina, arrasando sobre la pista, saltando sin rozar los listones más altos. Sobre el podio, mordiendo el oro. Campeona bolivariana, suramericana, iberoamericana, centroamericana y del Caribe (jamás olímpica): Zorobabelia Córdoba.
Hace casi dos años, leímos en la revista Semana algo de la historia de esta mujer, oriunda de las selvas de Tutunendo, Chocó. Así narró Daniel Coronell el nacimiento de Zoro: “El único que andaba cerca era el padre de la criatura: Juan Evangelista Córdoba, boxeador de peso mediano y hombre sereno. Él atendió el parto de su Isaura y cortó el cordón umbilical con una cuchilla de afeitar. Después untó con polvo de oro el ombligo de la recién nacida. Aseguraba que así tendría buena suerte y brillaría con luz propia”.
En 1993, las Empresas Públicas de Medellín anunciaron que asumirían el patrocinio de la atleta. El 23 de junio de 2007, en los Juegos Nacionales de Empleados Oficiales en Cúcuta, cuando Zorobabelia representaba a EPM, se lesionó el hombro y la rodilla derecha. Su incapacidad duró varios meses y, al regresar al trabajo, un accidente en el edificio de la compañía la dejó con dificultades permanentes de movilidad.
Hoy, Zoro debe $140 millones. Su casa está en remate, la pensión de EPM no le alcanza. Es la vieja historia del héroe olvidado.
El dirigente Julio Roberto Gómez sugirió en EL COLOMBIANO la realización de un evento benéfico. ¿Agradecer laureles con caridad?
Tal vez, la magia del cine nos impulsa a imaginar que la vida de gloria del atleta es eterna, que transcurre en cámara lenta, como la oda musical entrañable de Carrozas de fuego (Chariots of fire, Vangelis, 1981).
¿Qué incentivo es este para las Fabriana Arias, los Nairo Quintana, los Pedro Causil? ¿Dónde están los “grandes patrocinadores”, quienes no pierden chance para autoproclamarse como mecenas en ruedas de prensa y campañas publicitarias que escurren lágrimas?
Este es un reto para ellos, para los dirigentes deportivos, para el gobierno: ¡demuestren de qué están hechos!
Existe otra forma clásica, inmortal, de la representación del modelo humano en la Antigua Grecia: el atleta en reposo. Tranquilo. ¡Así queremos ver a la preciosa Zoro!.