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Rocío para las flores

05 de agosto de 2008
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Siempre hay que buscar la fiesta. La fiesta, el canto, el baile, sobre todo el baile. La vida es una disculpa para la celebración de la vida, un motivo para la exultación. La industria es industria porque facilita el regocijo, el comercio es negocio porque aporta lo indispensable y más para el retozo.

Los filósofos del hedonismo, en la antigüedad, no desarrollaron una verdad menos cierta que aquellos de la severidad. Solo que éstos, los pensadores del estoicismo, han agriado la cara de la humanidad y han recortado las ansias de los monos que gozan. En cambio los otros, los danzantes dionisíacos, han recuperado el animal que nos compone, con íntegros sus instintos alados.

Quienes proclaman la fiesta con el entusiasmo neto de los hijos del trópico obtienen su energía de una paz previa pactada con ellos mismos. En efecto, nadie logra convocar a la muchedumbre de modo eficaz al carnaval si antes no ha reconocido su nervio íntimo ni pactado alianzas con la sustancia que lo define como individuo.

La danza es mediumnidad de música y comunicación de ondas, cuando la pareja abrazada intercambia victorias obtenidas arduamente en pugilatos interiores solitarios. La celebración es un brote inevitable, es el resultado triunfal de una campaña que grita por compartirse.

Por eso el sudor del baile es un trofeo, a la vez recompensa por un merecimiento y regalo de la gratuidad que explica la trabazón de las estrellas. La mujer y el hombre entrelazados en la verticalidad de los tambores son cada uno una mitad de dos, una fusión de universos divergentes que se reverencian en circunvoluciones alrededor de idéntica órbita.

No es prodigio pequeño éste de los seres que rebosan de sí mismos para agradecer al cosmos, en un gesto del todo inútil para la acumulación de mercancías. Por el contrario, es un gesto que enaltece los más culminantes servicios de la especie a la evolución desde la ameba hasta el arcángel.

Todos a la fiesta, pues está dicho que lo único que nadie nos quita es lo bailado, lo gozado. La transpiración del carnaval es el rocío que los humanos regalamos a las flores, en reciprocidad por los fulgores, por los inciensos, por las metáforas que nos dan para enamorar a las muchachas.

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