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Sabina a cuatro manos

25 de diciembre de 2009
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Curiosamente todo empezó uno de esos días que, más que a los principios, suelen estar asociados a los finales. El cantautor y poeta Joaquín Sabina cumplía 60 años y, fiel a su estilo, la celebración sorpresa se convirtió en un brindis de trago largo y alta graduación por la amistad y por el poder para la epifanía de las canciones.

Desde la altura o el vértigo de un puñado de copas, Sabina se acercó a su amigo el escritor Benjamín Prado, que atravesaba entonces uno de esos largos túneles a los que sólo empujan los abandonos sentimentales, y le vino a decir: 'Benja, no me sale nada. La felicidad doméstica está matando mi creatividad. Préstame algo de tu cabreo emocional'.

El resultado de aquella súplica se ha convertido en un éxito de ventas en estos tiempos excepcionales. Doble disco de platino en sólo un par de semanas, Vinagre y rosas es el último álbum de Sabina, que llega tras el apoteósico paréntesis de su colaboración con Joan Manuel Serrat, y el primero en cuatro años con material nuevo.

Aunque no necesariamente propio. El trovador solitario, el tipo que solía rumiar sus problemas en una servilleta de papel al fondo de la barra de un bar ha entregado a los fans un trabajo escrito a cuatro manos y, para colmo, construido sobre problemas ajenos. "Con los desamores de otros, uno sólo tiene que escarbar en su memoria para hacerlos propios", dice. "Yo creo que las canciones de amor no existen, sino que sólo existen las canciones de desamor. Es cuando te deja la chica que haces una letra para cagarse en su puta madre y que la persiga toda su vida. Y eso el auditorio lo entiende perfectamente, porque a todo el mundo le ha dejado la chica alguna vez", agrega.

Sabina habla sentado en el suelo de su casa de dos pisos por cuyos amplios ventanales entra la vida del barrio de Tirso de Molina. Aquí transcurre esa felicidad doméstica que propició el disco por la vía inversa. Con su encantadora novia peruana Jimena, Jime, y los siete gatos, que suman, muy apropiadamente para la naturaleza de su dueño, 49 vidas.

Rodeado de miles de libros y una acumulación de la clase de cosas que, a uno se lo parece, habrían enorgullecido al poeta coleccionista Pablo Neruda. "Estoy plenamente convencido de que la felicidad no estimula la creatividad", explica la voz cascada más célebre y ganada a pulso de la historia del rock español. "Así que uno coge a su amigo y se va a Praga a escribir. Ahora me embarco en una gira de 80 conciertos, y ahí la estabilidad es sencillamente imposible. Empieza más bien la lucha para evitar irse después de los conciertos a cerrar los bares".

En efecto, 'el núcleo duro' del disco, como lo llama Benjamín Prado, se escribió durante 10 días en una ciudad 'melancólica, triste, europea, aunque con buen whisky' (la definición es de Sabina). Son 10 canciones 'sobre la amistad', cuyo proceso de creación, hasta sus intimidades, tienen un interesante complemento en el libro Romper una canción (Aguilar), de Prado.

Cuesta ver en este Sabina al impenitente practicante de los excesos y de los tópicos de la mala buena vida de otros tiempos. Aquel Sabina que dejó a éste al borde de la muerte cuando frisaba los 50. "A los 50 recibes la visita de tu pasado. Mi visita fue brutal. De un día para otro. Pasé de la euforia de sentirte vivo, por haber sobrevivido, a la depresión de tener que vivir con lo que me había pasado.

¿Cómo contempla ese pasado?
"La infancia la veo en blanco y negro. No me interesa. No soy de esos que añoran el paraíso que habita en la infancia. Yo quería ser adulto y dejar de recibir órdenes. El mejor momento de mi vida fue cuando me dieron la llave de la pensión en Granada y supe que podía volver a casa cuando se me antojase. A partir de los 20 años ya era todo más en tecnicolor".

¿Y en Madrid se le encendió el cinemascope?
"Algo así. Según pones un pie en Atocha, ya eres madrileño y a la vez puedes seguir siendo andaluz. En Granada era sólo un estudiante de provincia y en Londres, un inmigrante. Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo cuenta, pero es muy verdad. Madrid es muy madre, y abriga mucho. Ahora está insoportable".

¿Le cabrea lo que se desayuna en la prensa?
"Me alarma el enorme descrédito de la política, que sólo puede conducir a los salvapatrias, al fascismo. A los tipos como Berlusconi. Y eso acojona...

El libro sobre Vinagre y rosas está dedicado a las cosas que no se pueden contar. Callarse algo, eso sí que es otra novedad en usted...
"Lo más que puedo decir es que cuando estaba terminado, pedí que quitaran algunas cosas. Lo explicaré con una frase: 'Por daños a terceras'. Ningún libro merece la pena que gente que quiere uno se vea humillada. Y eso sí es muy nuevo, porque yo hasta hace nada pensaba que una canción no podía tener autocensura. Que nadie se podía ofender por un tema, que se defendía sola. Uno no debe hacer daño a la persona que quiere. Aunque eso le cueste un par de versos".

¿Hay muchas cosas más importantes que una canción?
"Muchas, no. Porque si yo no escribiera canciones, sería mucho más feliz. Sobre todo las personas son más importantes. Hay personas a las que no se les puede clavar el puñal público".

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