“Ella desde muy niña sabía que había nacido para algo muy especial”, y eso nunca se le olvidaría en los 75 años que pasó por estas tierras.
Esa es la personalidad, el talante, de la que será conocida en la historia como Santa Laura Montoya Upegui.
Para quien pronunció esa frase, Nelson Restrepo Restrepo, director del Centro de Historia de Jericó, ese empuje fue el que le marcó el camino, sin importar penurias o desazones. En palabras de ella misma “desde entonces me lancé a él”.
Sin contar el hecho de haber nacido mujer, no cualquier mujer, sino aquella de clase no muy acomodada, de tez colombiana y sin intención de casarse, salvo con Dios; no hay que olvidar que a su padre, Juan de la Cruz Montoya lo asesinaron cuando ella apenas empezaba a vivir y por tanto le tocó pasar por varias casas, hogares, paredes y pueblos, que le moldearon su personalidad, sus más grandes defectos y cualidades, todos encausados en una tarea: evangelizar.
“Siento la suprema impotencia de mi ser y el supremo dolor de verte desconocido, como un peso que me agobia. Préstame Señor tu supremo poder, para emprender la obra y no diré que no, a ningún Sacrificio”, señaló la Madre su autobiografía.
Para adentrase aún más en el alma para algunos, en el espíritu para otros o incluso en los rasgos su personalidad para los más sicólogos, es necesario ver los destellos en la superficie de su actuar. Ver esos detalles que en su momento parecieran una forma particular de hacer las cosas, pero que muestran la voracidad con la que se embarcó en su misión, sin importarle días costumbres, tiempo o instituciones. Solo con la convicción de que, en sus palabras: “Dios mío, ¡qué pronto comenzaste a mostrar predilección por esta miserable criatura que tan ingrata te ha sido!”
En la vida está la pista
Ejemplos de lo que implicó esa lucha con el mundo en el que nació, hay muchos. Anécdotas las llamarán algunos que conocen su historia, experiencias de Dios las llamarán sus seguidores fieles, en todo caso son testimonios, al menos orales, de que estaba segura de lo que estaba haciendo, de para dónde iba y que ni la naturaleza misma podría interferir en su camino, hasta las culebras dan fe de ello.
En la zona de Murrí, hoy corregimiento de Frontino, cerca al caserío de la Blanquita, sucedió lo que con sus propias palabras narra: “Estaba delante del Santísimo, cuando vi llegar delante del Señor, como en procesión muchas culebras y fieras que entendían bien que eran las de Murrí. Le dije al Señor, pero no con la boca, que esas fieras estaban en posesión de esa tierra llena de almas, sus redimidos y formaban por su ferocidad como un baluarte infranqueable para la catequización de esas almas y que si nos llamaba a nosotras a salvarlas, no se entendía cómo íbamos a vivir con enemigos tan formidables”.
Y añade: “Cuando conocí de un modo cierto que Dios ordenaba a las fieras que no nos hicieran nada y que de nosotras tampoco ellas recibirían daño. Quede completamente segura de que las amistades entre esas fieras y las hermanas habían quedado hechas y que tranquilamente podíamos estar en sociedad con ellas, sin que nos tocaran”.
El relato, que por demás, está escrito con característica literaria, haciendo alarde de su faceta de escritora de 21 libros, la hermana Ayda Orobio, superiora de la congregación, lo resume en una jocosa pregunta: “¿Cómo es posible que las culebras que también son tuyas, me vayan a impedir el trabajo?, señor tienes que actuar. Eres tú el padre de los indígenas, eres tú el amor de nuestra vida, eres tú el dueño de tus culebras, ¿entonces qué hacemos?”.
De igual forma afrontó su plan de vida, como la mejor de las estrategas, seguro empírica, como si le hubiera llegado a ella como un don o un regalo divino, como otros dotes con los que también contó, llámese sicología o antropología.
Conocía su ambiente, su época y los vicios de su mundo, era una observadora impresionante, de ahí que supiera que lo necesario para encontrar la entrada a la vida de una persona fuera entender al otro, ponerse en sus zapatos.
Precisamente otra de las historias que la rondan, es la entrada a la evangelización de los indígenas en Dabeiba, Antioquia, a los que, a pesar de lo dictado en su época, consideraba poseedores de un alma, de que eran humanos como el resto de individuos que pisaban la Colombia de principios del siglo XX.
Laura, si la irreverencia lo permite, no llegó con cruces y demás objetos desconocidos por los nativos, sino asentándose muy cerca a sus campamentos, en una choza similar a la de ellos, mirándolos, observando su lenguaje, su forma de ser y actuar, de vestirse o de no hacerlo, para luego analizar qué los atraía, qué les llamaba la atención y cuál sería el camino para entrar en sus vidas y nunca salirse de allí.
De nuevo su autobiografía es pieza base para tratar de desentrañar su profundo ser. Sobre su acercamiento a los indígenas señaló: “Les dije a mis compañeras: nuestra ventaja no está en enseñarles sino en pasar el mayor tiempo posible con ellos ayudándoles y mostrándoles que los amamos y que valen muchos para nosotras, tenemos que hacer lo posible para aprender su lengua”.
Historia tras historia, anécdota tras anécdota, se nota un espíritu muy bien afinado, una mirada en un punto fijo, que por santa, diremos que era Dios, pero que sin duda se trató o incluso trata de un camino elegido según ella misma, desde cuando a los siete años fuera ungida con esa “gracia extraordinaria”, que le daría mucho después de su muerte el título de santa.
Laura Montoya, movida por esa gracia y “gran celo apostólico”, según indica su Congregación, se decidió a evangelizar personalmente, concibió una comunidad diferente que se salió de los modelos existentes para realizar una misión liderada por mujeres.
Una santa “revolucionaria, pues durante su vida mantuvo un espíritu libre, que es lo que ha trascendido a través del tiempo”. Ese es, en últimas, el legado de Laura, así es que la catalogan entre miles y ahora millones, una de sus seguidoras más cercanas, la hermana Surama Ortiz, de la Congregación Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, creada por la Madre Laura.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6