No hemos comprendido la gravedad de las operaciones de seguimiento que miembros de los servicios de inteligencia del país conducen en contra de reconocidos políticos, abogados, defensores de derechos humanos y jueces. Y lo que es peor: el debate se ha concentrado alrededor de la mecánica de la recolección de la información, pero no hemos profundizado sobre por qué se fijaron estos blancos y qué decisiones orientan estas acciones.
La inteligencia es un proceso a través del cual cierta información importante para la seguridad nacional es solicitada, recolectada, analizada y proporcionada a funcionarios con capacidad de decisión, para la protección del orden constitucional.
La inteligencia es una herramienta necesaria para la conducción de cualquier Estado. No obstante, la manera como se conduce y se controla dice mucho sobre ese Estado. Todo aparato de inteligencia tiende a ubicarse detrás de un manto de misterio; de ahí, el riesgo constante de afectar los intereses del Estado y la necesidad de instituir mecanismos efectivos de control y vigilancia sobre sus operaciones. " Sed quis custodiet ipso custodes? " (Algo así como: ¿y quién vigilará a los guardianes?)
Aunque lo más pintoresco y llamativo de la inteligencia es la etapa de recolección de información -quizás por la fascinación oculta de muchos por el espionaje- la etapa más importante de la inteligencia es el análisis de la información recolectada y la evaluación de su pertinencia.
El proceso de inteligencia inicia con la fijación de una serie de requisitos de información de acuerdo a las necesidades priorizadas: ¿qué es lo que se necesita recaudar? y ¿para qué se recaudará? Esta definición corresponde a la cúpula del poder político, no a los agentes de inteligencia. Posteriormente, la comunidad de inteligencia debe desplegar esfuerzos para cumplir con las siguientes etapas: recolección; procesamiento y aprovechamiento de la información; y análisis y producción de informes. Estos tres pasos son etapas técnicas que deben ser orientadas y conducidas por decisiones políticas, no dejadas a la deriva o a la presunción de algún agente de inteligencia, ni a los vicios del secretismo o el oscurantismo, a través de los cuales se instalan síndromes persecutorios, estigmas y mitos relativos al enemigo omnipresente.
Producidos los informes, el proceso regresa a manos de las personas públicas con poder de decisión. La información se debe diseminar según las necesidades y, de acuerdo con los contenidos, debe utilizarse para el planeamiento y la conducción de acciones relacionadas con la administración de justicia y la conducción legal de operaciones militares o policivas. Se trata de un círculo virtuoso que debería iniciar y terminar con las cabezas visibles del poder público.
Si el proceso no es guiado y controlado por personas públicamente responsables, se diluye la responsabilidad, se pierde el control y se establecen las condiciones para que la inteligencia sirva de pretexto para la violencia.
La falta de control sobre el proceso de inteligencia pone en seria duda el ejercicio del poder público, implica intromisiones graves en la vida privada de ciudadanos, genera restricciones severas sobre la libertad de pensamiento y expresión, y pone en evidencia la desviación del poder público y el alto riesgo de que sea sustituido por la violencia.
La vigilancia, los seguimientos y las interceptaciones que realizan los servicios de inteligencia colombianos en contra de personas que se consideran opositoras del régimen nos deberían hacer pensar. Cabe reflexionar sobre las palabras del pastor luterano, Martin Niemöller: "Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista/ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata/ Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista/ Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío/ Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar".
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