Estación Historia, que no debe hacer relación a la historia oficial, tan monumentalista y plagada de o con caquitas de pájaros gordos y flacos. Historia que desdibuja, oculta y miente.
No hablo entonces de estos ejercicios de política primitiva sino de las pequeñas historias, las simples, esas de las que George Duby y Philiph Arlés extrajeron la historia de la vida cotidiana, que es la de la mayoría de las personas y que no gira solo en torno a la tragedia y la violencia, la corrupción y la silicona, como creen tantos cineastas, analistas y escritores.
Porque en las gentes de a diario, en las que trabajan y se enamoran, estudian y sueñan, se aventuran y comen bien que mal (incluyo hamburguesas), hay una buena cantidad de cosas por saber y que de conocerlas servirían a otros en lugar de asustarlos.
Ya se sabe que las sociedades funcionan por modelos. Pero si esos modelos no afloran, los medios se van por los peores. Rating: número de personas embrutecidas mirando un jabón.
En La carta a un rehén (no tiene que ver con secuestros), Antoine de Saint Exúpery sostiene que una edad (sea la que sea) contiene un sentido total de la vida, un objetivo y un reconocimiento del mundo.
Así que cada muerte (el fin de una edad) contiene una vida completa, una historia por contar y un lugar en la tierra.
Claro que hay vidas largas con muchas presencias y viajes (en términos de Fernando González ) que llevan a sentirse vivo, distinto y en direcciones diversas, pues la vida no es una línea recta sino una serie de aconteceres que son los que la validan.
Y en estos espacios, la relación (el reconocerme en el otro y lo otro) es fundamental para que haya edad, y a cada edad su piedra, su bronce o su hierro, que la vida puede ser un teatro pero cada tiempo debe tener su lugar y sus cosas.
Una amiga que vive en la Patagonia me habla de su abuelo: tiene 90 años y se llama León Zicer. Hasta aquí, cualquiera puede parecerse a él. Noventa años es una edad de gente sana que solo molesta a los que matematizan pensiones. Pero en esos noventa años, las edades de León son varias: a los 13 años sale de Krilow, atraviesa Polonia y después el mar, oye música italiana, ve señoras gordas vomitando en la baranda del barco y se come por primera vez un banano.
Se asombra con el trópico. A los 20, es un campesino en La Unión (Antioquia), donde por esos días no venden pan. A los 30, hablando en yidish, se hace constructor y volquetero. Antes había vendido telas al fiado. Se casa (lleva cincuenta años casado), tiene hijos, reza en la sinagoga, lee los periódicos y duerme. Y ahí va, con su edad.
Acotación: cada vez tenemos más expectativas de vida (si dejan, claro), pero no sabemos qué hacer con la edades de la gente, con las experiencias y reflexiones, con lo construido y lo dejado en veremos. Las edades se comercializan como enfermedades y no como la memoria necesaria para no cometer los mismos errores.
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