Línea 1, Viena, que Erich Hackl , el gran escritor austriaco, llama de los obreros y a la que cada tanto sube gente sin pagar, es especial a las horas de mayor congestión. Debe ser porque las máquinas agotan sus tiquetes o por mera anarquía.
Esta línea 1 se mueve rápido y es abundante en caras y personas de pantalón de dril y saco sin corbata. Es la que más mueve trabajadores en esa ciudad que parece un escaparate barroco y en la que, en el espacio público del Museo de Arte Moderno, los estudiantes duermen en las bancas públicas y si no lo hacen, se sientan en la grama y se enamoran leyéndose libros de poemas.
Por ahí cerca pasa un tranvía azul que hace juego con los árboles cercanos a la carrilera. Y estudiantes y obreros piensan en trabajar, siguiendo la premisa de Max Weber : el trabajo es un imperativo ético y con base en él se hace tejido social, se desarrolla la ciudad y, según la ética de los calvinistas, nos hacemos humanos. No es de extrañar que los países donde se sigue la premisa de Weber sean los de más alto desarrollo. El trabajo dignifica y cohesiona.
Trabajar implica ganarse un salario y, con eso que se gana, crear una división: tanto para servicios públicos, transporte, educación, vestuario, comida, divertimento, salud, ocio, tecnología, etc.
Esto (el dividir el salario en distintos rubros para una vida digna) es lo que se llama demanda agregada. Y este efecto económico es lo que permite que existan empresas que satisfagan esas necesidades, generando a su vez trabajo, investigación, propuestas nuevas y seguridad social.
Pero, y aquí es donde viene el problema, cada vez hay menos personas trabajando. Y ejerciendo el desempleo (en economías con más suerte, el paro) anulan o hacen menos regulares sus gastos sociales y generan deflación. Y más.
La deflación (un efecto peor que la inflación) se presenta cuando la gente no tiene con qué comprar y pagar sus obligaciones, lo que lleva a que las industrias vendan menos (y el Estado pierda mucho en impuestos) y vayan cerrando puestos de trabajo debido al mercado empobrecido que atienden, llegando incluso a desaparecer como entes empleadores, compradores de insumos y materias primas, investigadores y generadoras de desarrollo.
Y esto no se debe a una plaga de diablos que traen con ellos la peste, la enfermedad y la guerra, sino a que el trabajo se ha desplazado a otros sitios (a los países orientales, por ejemplo y por barato), dejando sin trabajo a los locales. Y ese imperativo ético que es el trabajo, que enseña deberes y se transforma en bienestar, se quiebra. Y sí, llega el demonio.
Acotación: la globalización, que no significa más que mercado de capitales, ha permitido que el mundo se empobrezca en nombre del costo-beneficio.
Y este fenómeno de la codicia está acabando con el capitalismo, sistema que se basa en producir mucho y consumir mucho. Pero sin empleo-salario, el consumo no se da.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6