Con el fondo del golpe de las campanas de la iglesia Nuestra Señora de los Ángeles, en Madrid, el 2 de octubre de 1928 un joven sacerdote de 26 años fundaba el Opus Dei (La Obra de Dios, en español), la primera prelatura personal de la Iglesia Católica.
Desde hace 80 años, la Obra, como se le conoce, de forma cariñosa, ha crecido alrededor del mundo llevando el mensaje de su fundador, San Josemaría Escrivá de Balaguer, de que se puede alcanzar la santidad por medio del trabajo y la vida ordinaria. O sea, que usted o yo, por medio de nuestro trabajo profesional podemos ser algún día santos de la Iglesia Católica.
El Opus Dei llegó a Colombia en 1951, de la mano del sacerdote y abogado Teodoro Ruiz, quien fue encomendado directamente por San Josemaría para que abriera el camino de las vocaciones en el territorio colombiano.
Rápidamente ese "fuego", como le gustaba llamar Escrivá al espíritu de la Obra se extendió por todo el país. Después de Teodoro Ruiz llegaron de España, el padre Aurelio Mota, el médico Ángel Jolín y el estudiante de Derecho, Pepe Albendea.
Poco a poco las primeras vocaciones comenzaron a florecer. En Medellín, uno de los pioneros fue el ministro de Educación y Gobernador de Antioquia, Octavio Arizmendi Posada (q.e.p.d.).
Pero ¿qué es?
Mucho se ha especulado, murmurado, calumniado y escrito sobre el Opus Dei. Que es una secta ultraconservadora de la Iglesia, o como lo retrata el libro (y la posterior película) El Código Da Vinci, como un grupo de mercenarios dedicados a liquidar por medio de las armas los asuntos pendientes de la Iglesia.
Pero ni lo uno ni lo otro, según lo que expresan algunas de las personas que hacen parte de esta prelatura personal, que se dedican a vivir naturalmente la vocación de la Obra por medio de las jornadas de formación que se realizan en los centros.
Por eso quisimos encontrarnos con personas que tienen en su vida ordinaria de estudiantes, profesionales y familiares a la Obra, cómo viven ese fuego, cómo viven el espíritu del Opus Dei, después de 80 años de fundado, en medio del tañir de campanas de una iglesia madrileña.
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