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Sumatoria de sustos

26 de julio de 2008
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A veces el cuerpo se resiente y a falta del doctor Marín, o como se llame el médico familiar de cada uno, no hay más remedio que acudir al despersonalizado servicio de salud -léase EPS- que nos cubre o nos descubre, según el estado de ánimo del galeno de turno.

En medio del frío de una sala de urgencias hay que responder el mismo cuestionario de una consulta regular, y como en aquella, el doctor tiene puesta toda su atención en la pantalla del computador.

¿Dolor o ardor para orinar? No. ¿Sangrado al orinar? No. ¿Nooo? Primer susto: ¿Si no hay sangrado me estoy muriendo? ¿Fiebre? Sí. ¿Cómo sabe? Sin palabras.

No conté las preguntas que me hizo el médico, pero sí las veces que me miró a los ojos: ¡ninguna! Yo no le quité los míos de encima mientras repetía mentalmente como en la escuela: telepatía, telepatía, telepatía? Esta vez no funcionó.

Ahora a la camilla, al examen físico de respire, tosa, diga ahhhh, golpes en el estómago, en la espalda, ¿duele? No. ¿Cómo sabe que ha tenido fiebre? Otra vez sin palabras.

En el examen descubrió un brote extrañísimo en mis piernas. ¿Brote? Segundo susto. Me senté como impulsada por un resorte y me observé yo misma.

Mis piernas tenían el aspecto deprimente de una peluquería mal barrida, con tres o cuatro pelos saltones a la vista, una blancura fosforescente que el sol de Cartagena llama a gritos y a lo sumo cinco pecas que me salieron en el paquete del ADN. De brote nanay, pero él insistía.

Me habló de dengue, de rubeola, de un cuadro viral, ¿o de todas las anteriores?, tercer susto. Me dormí cuando mi desayuno intravenoso iba por la segunda bolsa de suero.

Entonces me vi en medio de una iglesia, sentada cual reina en su trono, mientras muchas personas desfilaban por mi lado. Llevaban flores y camisetas blancas con letreros que decían paludismo, dengue, rubeola, sarampión, varicela, brote, virus, ganglios inflamados, ¿fiebre? Otro susto. ¡Imposible sobrevivir a tanta dolencia junta!

Nuestro sistema de salud sigue siendo deficiente, con el agravante de que ni los médicos, por orden de la norma, ni los usuarios, por falta de opciones, podemos liberarnos de ese dolor de cabeza llamado Ley 100, ejemplo perfecto de la deshumanización de la medicina, para la que son más importantes los requisitos formales que los pacientes mismos.

Casi muero en el intento de sanarme y no por escasez de atención, como suele suceder, sino por exceso de diagnósticos o, mejor, por un diagnóstico múltiple con base en información insuficiente.

Finalmente sobreviví, pero quedé con una duda: ¿Mi médico de turno sabía demasiado o no sabía nada? ¡Sumatoria de sustos!

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