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TANTA DEMOCRACIA ES UN DISPARATE

  • JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA | JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA
    JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA | JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA
20 de mayo de 2012
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La eliminación del fenomenal cuarteto de imitadores de Il Divo , en el popular y discutible programa Yo me llamo , nos dio rabia a muchos televidentes en la noche del viernes. Los tres jurados quedaron en ridículo, como unos tontos, apabullados por una votación que, si se sometiera a una auditoría elemental, resultaría anulada por arbitraria.

El abuso de la voz popular sobrepasa los límites de la democracia y se convierte en demagogia. Sobre todo porque los valores estéticos, así como los éticos, morales, jurídicos, sociales, no deben someterse nunca a votación. La mitad más uno es el recurso que permite dirimir conflictos de rutina, desatar nudos políticos y legitimar elecciones, pero también ha servido para disfrazar injusticias y barbaridades.

Por votación mayoritaria es aceptable o tolerable que se elija a un mandatario, se escoja una obra de beneficio público, se decida una inversión presupuestal. Aún así suelen cometerse errores garrafales. Pero ni los Diez Mandamientos, ni el respeto a la vida, la integridad y la dignidad de los seres humanos, ni cuestiones inherentes a los más profundos intereses vitales del individuo y la sociedad pueden definirse con equidad y razonabilidad mediante resultados numéricos.

Se habla del sentido común, es decir del común sentido, de lo que siente la gente. Muchas veces resulta cierto que es el menos común de los sentidos. Por ejemplo, en la votación del viernes por la noche. Podría concluirse que la marginación del grupo que imita en forma impresionante a Il Divo sería una expresión de falta de sentido común. No. En realidad es que el común sentido no tiene por qué ser el más acertado. Por eso un veredicto popular, como en tal caso, puede ser contraevidente.

Cuando se trata de dictaminar sobre valores estéticos, es muy fácil caer en el desatino. Sobre todo si hay carencia abrumadora de otro sentido esencial, el del oído. Oír mal implica distorsionar el buen gusto, romper la armonía, confundir el ruido con la música y el alarido con el canto. ¡Ay hombe!

En este país y en muchos otros dominados por la tiranía oclocrática , digo por el imperio de la muchedumbre, la tabla axiológica en materia estética vuela en mil pedazos: Todas las obras de Mozart, todos los cuadros de Goya, todos los poemas de García Lorca perderían en unas elecciones, derrotados por cualquier pastiche vulgar. Las mayorías tienden a legitimar el mal gusto, así como son proclives a premiar las injusticias.

La democracia nos parece muy hermosa como ideal, porque es el menos imperfecto entre los métodos de gobierno, pero se equivoca en cuestiones de sensibilidad artística. Tanta democracia es un disparate. Descalificar el buen canto por mitad más uno es aprobar un veredicto desatinado y desafinado.

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