Si tuviéramos que señalar una falla en el gobierno del Presidente Uribe, sin vacilar diríamos que la Política Internacional ha sido su lado más vulnerable. Donde más espacio queda por mejorar, replicarían los que creen que ya salimos para la tercera ronda. El Ministerio de Relaciones Exteriores es el que tiene menos resultados para mostrar, no siempre por culpa de sus titulares, valdrá precisar.
Con los vecinos se ha manejado una relación con reclinatorio incorporado, que ni luce ni rinde.
Andar de rodillas frente a Correa, el presidente ecuatoriano, para que nos perdone haber salvado al mundo de Raúl Reyes, no ha sido buena idea. Y tolerarle a Chávez cualquier insolencia que cometa, cualquiera agresión de que nos haga víctimas, cualquiera intromisión que se le ocurra, tampoco ha sido brillante.
Comprendemos que los empresarios acreedores presionan como locos. Pero las relaciones internacionales no se pueden manejar factura en mano.
Uno de los objetivos fundamentales del Gobierno ha sido suscribir el TLC con los Estados Unidos. Y el fracaso no pudo ser más rotundo. Ni más imputable a nuestra culpa. El Presidente permitió que materia tan decisiva se moviera al ritmo remolón del Ministro Botero, quien a su turno se dejó, encantado, llevar por la ternilla tras de temas tan apasionantes como los cuartos traseros de los pollos o las vacas viejas.
Y entre que palos van y vienen, cambió el Congreso Norteamericano, como era previsible, y en lugar de los republicanos amigos nos topamos con la mayoría demócrata que no nos quiere. Quedaba una carta última por jugar, y el Presidente la apostó con visita previa a Santiago de Chile, para defender desde Unasur el gobierno de Evo Morales, bajo la batuta de Hugo Chávez. Por casualidad, los dos acababan de expulsar de su territorio, con humillación incluida, a los embajadores de los Estados Unidos. No era la carta de presentación más feliz. Pero esas cosas no las mide el Presidente Uribe. Y así le va.
Tal vez en Washington le dirían que no es la mejor idea abrazarse con los enemigos del amigo, antes de visitarlo para pedirle una gran merced. Pero se nos ocurre que ya era muy tarde el descubrimiento.
El Gobierno de Colombia tenía que demostrar su vocación de respeto por los derechos humanos y cómo está enfrentado a una guerra feroz del narcotráfico y de las Farc, que lo promueven y usufructúan. Pues ni una cosa, ni la otra. Ha sido más eficaz la diplomacia de las Farc que la del Gobierno. Y más astuto el Polo Democrático que nuestra cancillería. El resultado es que nos niegan el TLC por asesinar sindicalistas y que no hemos sido capaces de conseguir que Iberoamérica declare terroristas a las Farc.
Nunca se despilfarró tanto la verdad, como ahora. Y nunca fue tan costosa una equivocación, como ésta.
Fue por buena suerte, pues que nadie lo imaginó posible, que lograran nuestras tropas conseguir toda la historia de la insurrección en Colombia. Sus métodos, sus amigos, sus conexiones, sus aspiraciones.
Esa abrumadora evidencia habría cambiado la posición de Colombia frente al mundo y nos habría colocado como lo que somos, las primeras víctimas de una expresión terrorista que amenaza al mundo. Pues tampoco supimos qué hacer con los dichosos computadores. Como se dice jugando billar, nos "enmesamos" con ellas. Y resolvimos mostrarlas a cuentagotas, en secreto, con una conducta sospechosa, sinuosa, torpe.
Si Colombia considera esa información como lo que es, un precioso tesoro de la humanidad entera, y lo entrega a la consideración universal, sin cálculos ni timideces, la historia habría cambiado. Pero jugamos la partida pequeña y cicatera, para perder la grande y decisiva. Es que en materia internacional hemos sido así.
Nos falta grandeza, amplitud de miras, comprensión de la historia, correcta apreciación de la geopolítica. A veces funciona, o por lo menos no daña, una política de aprendices. Pero nunca en la arena internacional, reservada a gladiadores muy curtidos.
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