Todos conocemos la fábula de la cigarra y la hormiga, pero como la vida es breve, preferimos vivir al día. Es comprensible. Carpe diem, pensamos, sin analizar las consecuencias de nuestros actos, y nos lanzamos a comprar a crédito propiedades y objetos que disfrutamos hoy y aún pagarán nuestros nietos. Eso, si tenemos la fortuna de estar respaldados por ese bien en peligro de extinción llamado "nómina" y que, a este paso, nos obligarán a llevar grapado para que los mercaderes puedan distinguir de un vistazo a los consumidores de esa otra clase apestada, los desempleados, la casta que no existe y de la que nos separa un simple mal día.
Sin embargo, los Estados -cuya voluntad de eternidad es intrínseca a su propia constitución- debieran ser guardianes de la prudencia y han terminado por convertirse en cigarras quinceañeras de Spring Break en Cancún, y así nos va. Sobre todo en la vieja Europa.
Durante un decenio, desde que nos dio por creernos ricos con eso del euro, nuestros gobiernos creyeron que había barra libre y, lo que es peor, nos alentaron a consumir con frenesí. Ahora que todos nos hemos endeudado hasta las cejas, nos saltan a la yugular subiéndonos los impuestos.
Pero a algunos ni ese comportamiento mafioso los saca del apuro. Primero fue Grecia y ahora Irlanda los que han necesitado el flotador comunitario para salvarse de la bancarrota. El antiguo "tigre celta", al que ponían como ejemplo de mutación de un país medieval en "puntocom", se ha desplomado hasta perder todo lo ganado desde los 90 hasta 2004. Irlanda, cuna de hambrunas y exportadora de hombres, logró crecer a un promedio del 6,5% anual y convertirse en la segunda renta per cápita de la Unión Europea. No era más que el espejismo del exceso de crédito. Irlanda nunca ha producido gran cosa, su presunta apuesta por la I+D era puro humo sustentado en el impuesto de sociedades más bajo de Europa y, aun así, vivió un boom inmobiliario inusitado en una nación en cuyo suelo ningún jubilado europeo sueña con retirarse. Desde 2008, el precio de la vivienda cayó un 50% y los bancos fueron incapaces de hacer frente al impago de préstamos. Para evitar el colapso, su Gobierno nacionalizó la banca e inyectó 45.000 millones de euros disparando el déficit público al 32% del PIB.
Hoy necesita 85.000 millones de euros para evitar un efecto dominó en los bancos británicos.
El siguiente en la lista negra es Portugal, cuya crisis afecta a los bancos acreedores españoles. Su caída es improbable, pero no está descartada.
Sin embargo, el caso español es diferente. Para empezar, el sistema bancario de España está saneado y dispone de recursos para superar otra crisis como esta sin riesgos.
La burbuja inmobiliaria está sustentada por los miles de jubilados europeos que aquí se retiran y por la mayor entrada de inmigrantes de todo el mundo en los últimos años, sólo superada por EE. UU. España lucha por el oro como principal país exportador de productos agroalimentarios de la UE, despunta en tecnología ferroviaria, grandes obras públicas, energías renovables, es altamente competitivo en telecomunicaciones y en el sector petrolero, automotriz, naval y textil, entre otros.
España representa el 12% de la economía de la eurozona (la suma de Portugal, Irlanda y Grecia es el 6%) y el presunto rescate que los especuladores y enemigos de España -que los hay a puñados- costaría nada menos que 500.000 millones de euros.
Hemos tirado de Visa sin parar, creyéndonos ricos, es cierto, y lo pagaremos. Pero quien nos quiera hundir tendrá que batirse en duelo.
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