¿Qué tanto influyen las acciones terroristas en las decisiones nacionales? Es necesario darle vueltas a esta pregunta después del atentado contra las instalaciones de Caracol Radio la semana pasada. Es evidente que esta acción tenía del propósito de enviar un mensaje al gobierno que comienza.
Y es también claro que quienes la realizaron saben que este tipo de acciones tienen grandes repercusiones en la manera de gobernar. Por eso se toman el trabajo de hacerlas, por eso gastan grandes sumas de dinero para realizarlas y arriesgan su vida y su libertad al ejecutarlas. Por eso se atreven a causarle tanto daño a una multitud de seres humanos y a la ciudad. No es una acción loca. No es una mera manifestación de maldad.
Pero en Colombia el análisis de cada acción es complejo y difícil porque las fuerzas que utilizan el terrorismo son de distintos signos ideológicos y alientan intereses muy diversos. En esta ocasión tanto las autoridades como los estudiosos del terrorismo se están preguntando si el atentado viene de sectores de la extrema derecha o de la guerrilla.
Se preguntan además si apunta a cerrar todas las posibilidades de negociaciones de paz con las guerrillas y la reconciliación con los gobiernos vecinos o se trata de un acto de presencia de las fuerzas insurgentes en pleno corazón de Bogotá para atraer la atención del nuevo gobierno.
A principios del año pasado tuve una demostración de la perplejidad que suscita la realidad nacional en propios y extraños. Estaba intentando explicar ante un grupo de embajadores la trama de las violencias en Colombia y señalaba que acá también tenían una gran responsabilidad en nuestra desgracia importantes sectores del Estado.
En ese momento tomó la palabra el doctor Andrés Collado, embajador de España en Colombia, para decirme que no era bueno igualar a personas del Estado con fuerzas irregulares. Señaló que en España estas cosas no se confundían. Los villanos estaban en la banda terrorista Eta y los buenos en el Estado.
La interpelación tenía mucho sentido. Así tiene que ser en las democracias. Esa es la lógica donde impera el estado de derecho. No hay duda de que en España, con muy contadas excepciones después de la dictadura de Franco, los agentes del Estado y los dirigentes políticos de las más disímiles corrientes ideológicas no recurren a la violencia ilegal para defender sus intereses.
No obstante tuve que decirle al embajador español que infortunadamente en Colombia las cosas no son así. Acá los villanos están afuera y adentro del Estado. Las guerrillas le disparan desde afuera a la democracia, pero en el Estado hay un verdadero enjambre de políticos y funcionarios que le disparan desde adentro a la democracia.
De ahí que la semana pasada en los corrillos bogotanos gente de todas las clases sociales y de todas las procedencias ideológicas decían que no sería extraño que el brutal atentado contra Caracol viniera de los lados de gente con vinculaciones políticas o económicas con instituciones del Estado descontentos con los nuevos aires que trajo Juan Manuel Santos.
Es más, se atrevían a decir que era más probable que la acción fuera de la extrema derecha y no de las guerrillas. Al parecer el Gobierno nacional se hizo eco de estos comentarios porque no quiso señalar de entrada la autoría y alentó a los organismos de inteligencia para que no descartaran ninguna hipótesis.
En algunas redes de internet circula un comunicado del Secretariado de las Farc aclarando que esta acción no les pertenece. Nada garantiza que esta aseveración sea cierta, pero de serlo estaríamos ante el inicio de una escalada de la derecha en procura de torpedear los proyectos de reconciliación que ha anunciado el nuevo gobierno.
Y pueden lograrlo. Porque en Colombia el terrorismo ha condicionado la vida nacional en los últimos veinte años.
Buena parte de las decisiones de los gobiernos se han tomado bajo el influjo de los disparos y las bombas. Es muy difícil que Juan Manuel Santos sea la excepción.
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