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13 de diciembre de 2012
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Alrededor del mediodía el 19 de febrero, un hombre de 19 años llamado Nangdrol se prendió fuego cerca del Monasterio Zamthang en el pueblo de Barma, al noreste de Tíbet. En una nota que dejó, escribió "me voy a prender fuego por el bien de todos los tibetanos". Refiriéndose al grupo étnico Han de la China como "diablos", añadió que "es imposible vivir bajo su cruel ley, imposible soportar esta tortura que no deja cicatrices".

En el transcurso de los últimos tres años, cerca de 100 monjes tibetanos y civiles se han prendido fuego; 30 personas lo hicieron entre el 4 de noviembre y el 3 de diciembre. El gobierno Chino está tratando de detener esta ola de inmolaciones aprehendiendo a los tibetanos a quienes acusa de ser instigadores. Esta tortura sin cicatrices continúa.

La primera vez que visité China fue hace 21 años. En ese entonces se veía en paz pero ahora, noticias tristes llegan a diario. Cuando regresé en octubre, un joven monje me invitó a visitar su monasterio. Pasando por un retén donde había una pancarta que decía: "El mantenimiento de la estabilidad requiere de una respuesta rápida a emergencias", me dijo cuánto detesta ver soldados armados.

Tuve que esperar hasta la noche para conseguir transporte hacia Barma, donde Nangdrol vivió, a unas 30 millas. Yo era el tercer pasajero en el carro; los otros dos eran jóvenes tibetanos. ¿Ustedes son seguidores budistas?, les pregunté. Uno me mostró un colgante con una imagen del Dalai Lama que llevaba colgado en el cuello. "Él es nuestra verdadera Santidad", dijo.

"¿Saben algo de las inmolaciones? ¿Como quemarse uno mismo?" pregunté con vacilación. Sí sabían. "Ustedes odian a los Hans?", les pregunté, porque Nangdrol había utilizado el término "diablos Han" en su nota. Ellos sabían de Nangdrol. Cuando les dije que estaba allí para visitar a los padres de Nangdrol y expresar mi tristeza, me contaron más.

Dijeron que habían visitado el sitio, como lo han hecho cientos de tibetanos. Las personas habían armado carpas blancas en la esquina donde murió. "Él es nuestro héroe", dijo uno.

Estaba oscuro cuando llegamos a Barma. Al lado de una farola, uno de los otros pasajeros le pidió direcciones a un hombre pero éste lo ignoró. Les preguntó a dos hombres en una moto y causó una discusión. Un monje vino a la ventana para examinarme.

"Lo siento", me dijo mi compañero de viaje, "me han regañado por traerlo aquí". Una camioneta se acercó. De ella salieron dos hombres y lo reprendieron con indignación. "Somos tibetanos", dijo de repente mientras dejábamos Barma atrás para ir a pasar la noche en un pueblo cercano. "Somos budistas, pero no podemos ir a Lhasa sin permiso". Hace años, se veían muchos tibetanos en peregrinaje, pero ya no.

Al día siguiente, volví a Barma. Nadie me quiso ayudar a encontrar datos sobre Nangdrol. El camino de regreso de Barma sólo estaba abierto entre el mediodía y la una de la tarde, tenía que irme. Al lado de una quebrada, una fila de álamos disfrutaban del sol dorado, y un grupo de jóvenes monjes estaban dictando una clase. De mala gana, me monté en un taxi. Había visitado muchos lugares a través de los años pero jamás me había sentido tan perdido.

Le pedí al conductor que se detuviera después de más o menos una milla, cuando pasamos por un pueblo en una cuesta. Después de rogarle repetidamente, el dueño de una tienda al lado de la calle me dijo cómo llegar a la casa de Nangdrol. En la cuesta, una pareja de viejos me señaló la casa.

Era una casa pequeña encubierta con ladrillos de barro, y cinco serpentinas Sutra elevadas a un lado del lote. La reja de hierro estaba cerrada.

Una mujer de mediana edad con un niño que pasaban dijo que conoció a Nangdrol. Sus padres ahora vivían lejos en una finca de ganado, dijo. El día de su muerte, me contó, él llevaba ropa nueva y se había bañado, y tenía el cabello recién motilado. Le preguntó a la gente si se veía guapo.

Yo no sabía cómo más expresar mi pesar. Le pedí a la mujer que le diera 500 yuan (unos 80 dólares) a los padres de Nangdrol, y les dijera que un hombre chino Han había venido a rendir sus honores.

Lamento que nosotros, los chinos Han, hemos sido silenciados mientras Nangdrol y sus compañeros tibetanos mueren por la libertad. Somos víctimas, vivimos en distanciamiento, en lucha interna, odio y destrucción. Compartimos esta tierra. Es nuestro hogar compartido, nuestra responsabilidad compartida, nuestro sueño compartido, y será nuestra salvación compartidan

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