Tiger Woods era distinto, o parecía serlo: tenía un talento único y una imagen impecable, cuidadosamente cultivada. A diferencia de tantos otros deportistas, le complacía ser considerado un ejemplo digno de imitar. Pero resultó que, como ocurre tantas veces, lo que ofrecía era demasiado bueno como para ser realidad y sus tropiezos reavivan el debate en torno a la adoración de las figuras deportivas.
"Nadie alcanza ese nivel de perfección, dentro y fuera de los campos de juego, sin alguna mancha", comentó Dave Czesniuk, director de operaciones de Centro para Estudios del Deporte en la Sociedad de la Northeastern University. "La verdadera historia aquí es la del choque entre las expectativas y la realidad. Es un ser humano; a veces lo olvidamos", dijo Czesniuk.
La disculpa de Woods por "faltas" -en medio de versiones de infidelidades- representó, en cierta medida, la caída en desgracia de otra superestrella. Pero él constituye un caso especial. Era una persona famosa en todo el mundo, con una imagen intachable y una carrera difícil de repetir. Sus colaboradores, las empresas de publicidad, la prensa y el propio Woods se confabularon para promover esa imagen de perfección.
"Llega un momento en que el público es indiferente. Dan por sentado que los Barry Bonds y Sammy Sosa (beisbolistas, quienes usaron esteroides y mintieron) y las Marion Jones (dopada), los Diego Maradona (dopado y consumidor de drogas como jugador) o los Michael Phelps (fotografiado fumando marihuana) van a caer de su pedestal", expresó el psicólogo Stanley Teitelbaum, autor de "Héroes del deporte, ídolos caídos" (Sports Heroes, Fallen Idols).
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