Llega la Semana Santa y quisiera invitar al lector a tomarse un silencio. No le digo que se tome un descanso, que haga una pausa, sino eso: que se tome un silencio. Como quien bebe agua fresca.
Donde quiera y como quiera: en un templo vacío, que es recinto propio para silencios y soledades; durante las ceremonias de esta semana, que son ámbito propicio para reencontrar el sentido religioso; en su hogar, en días en que se frena la actividad consuetudinaria y el aire está lleno de vacío y vaciedumbre; en algún lugar en el mar, en la montaña, a la orilla de un río, donde tal vez usted haya ido de vacaciones y en donde, casi seguro, le va a repuntar detrás del corazón esa angustiecita interior de la que viene huyendo, como un fugitivo. En cualquier parte, en cualquier momento, acompañado o en solitario, tómese, amigo, un silencio.
Sea uno religioso o no, sea que viva intensamente los ritos y procesiones, o que simplemente se reduzca a descansar y a no hacer nada en la casa, en Semana Santa se olfatea un extraño silencio, sobre todo en los días del llamado Triduo Sacro (jueves, viernes y sábado santos). La soledad lo va envolviendo a uno y en el aire aletea un deseo de interioridad, de reencuentro consigo mismo y con ese algo inasible que es la trascendencia. Con Dios, para decirlo sin eufemismos.
Estar solo. A solas consigo mismo. Recuerdo unos textos de don Miguel de Unamuno, en su libro " Andanzas y visiones españolas ", que recoge artículos suyos, como este que titula " El silencio de la cima ". Pasa el escritor unos días "en la cumbre silenciosa, en el santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia? Y allí arriba, en la soledad de la cumbre, entre los enhiestos y duros peñascos, un silencio divino, un silencio recreador. Silencio, sobre todo"? "Allí, a solas con la montaña, volvía mi vista espiritual de las cumbres de aquella a las cumbres de mi alma y de las llanuras que a nuestros pies se tendían, a las llanuras de mi espíritu. Y era forzosamente un examen de conciencia. El sol de la cumbre nos ilumina los más escondidos repliegues del corazón".
Es de ese silencio del que yo invito a beber al lector. Es lo bueno del silencio, que nos pone frente al único habitante de la soledad que puede dar cuenta de la vida y del destino: nosotros mismos. Y Dios, entre los bastidores. Agrega Unamuno: "Recogerse una temporada, sí, y callar, callar, envolviéndose como una mortaja de resurrección en el silencio, pero no por mezquinos móviles de defensa y ataque, no, sino en busca de algunos de nuestros yos, de algunos de aquellos que he ido dejando en las encrucijadas de la vida. Pues a cada cruce de dos caminos que en la vida se nos presenta, cuando tenemos que escoger entre una u otra resolución que ha de afectar a nuestro porvenir todo, renunciamos a uno para ser otro. Llevamos cada uno varios hombres posibles, una multiplicidad de destinos, y según realizamos algo perdemos posibilidades. Y luego suspiramos exclamando: "¡Oh, si entonces hubiera hecho otra cosa!".
Listo, amigo. En esta Semana Santa, tómese un silencio. No me resigno a concluir sin un último pensamiento de Unamuno: "¡Vivir unos días en el silencio y del silencio nosotros, los que de ordinario vivimos en el barullo y del barullo! Parecía que oíamos todo lo que la tierra calla, mientras nosotros, sus hijos, damos voces para aturdirnos con ellas y no oír la voz del silencio divino. Porque los hombres gritan para no oírse, para no oírse cada uno a sí mismo, para no oírse los unos a los otros".
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