Trinidad sabe de la madre Laura desde que era niña. Cuando estaba pequeña tuvo un accidente con unas tijeras. Se enterró una de las puntas, que estaba oxidada y la mano se le hinchó y estaba negra y fea. En ese tiempo, lo primero eran los remedios caseros y cuando su mamá la llevó al médico, la infección estaba tan avanzada que el médico no dio otra opción: amputar la mano.
"Mi mamá lloraba y le decía, ay madre Laura". Hasta ese día que ella iba a sacar la mano del vestido y sintió que se la tocaron, cariñosamente. Trinidad salió corriendo a contarle a la mamá y ella le agradeció a la misionera. Su mano está perfecta. Solo una pequeña cicatriz. "Son ese tipo de cosas que me pasan con alguna frecuencia y yo por eso la recuerdo tanto y le tengo tanta fe".
No obstante, el milagro que Trinidad cuenta es el de su esposo, Daniel Rodríguez. Pasó este año. Lo habían operado de la próstata y estaba en casa, en tratamiento, hasta que sintió un dolor muy fuerte. Trinidad lo llevó al hospital y llegó "casi sin respiración, desmayado". En urgencias le hicieron los exámenes y le dijeron que tenía un infarto pulmonar. Entró a cuidados intensivos, hasta que lo trasladaron a una habitación.
Daniel no podría volver a casa sin una bala de oxígeno. Como su seguro era internacional había que pedir permiso y era fin de semana. No se podía hacer nada hasta el lunes.
Ese día Trinidad se fue a su casa y le oró a la madre Laura. "Esa noche, no sé si fue una visión, un sueño, pero yo visualicé la habitación de mi esposo en el hospital y a la madre Laura que tenía en su mano un pedacito de gasa cuadrado. Vi que se lo ponía en el pecho".
Trinidad llegó feliz donde su esposo, porque la madre Laura lo había curado. Ese día no fue: Daniel seguía con el oxígeno. Estaba triste, desilusionada: "Yo te vi, madre, qué pasa. Después recapacité, seguí orando y le pedí que le limpiara el pulmón, como lo había visto".
Otro día más, llegó al hospital y pasó lo que no pasó el anterior: Daniel respiraba por él mismo, sin necesidad de ayuda. Lo que pensó es que de pronto el hospital necesitaba la cama, que le iban a decir que estaba bien aunque no hubiese llegado la bala. Hasta que encontró a la médica que le dijo, "señora, cálmese, yo no puedo autorizar una cosa que un paciente no necesita. En la radiografía, ahí ya no hay nada. Donde estaban los coágulos, no hay nada".
Un milagro de la madre Laura pensó Trinidad. Ella confiaba en que se iba a aliviar, pero no en un mes, ni menos en un día. "Cuando llegaron los médicos -cuenta Daniel- me examinaron y miraban y miraban y no creían. Yo estaba sentado en la cama viendo unas partidas de ajedrez".
Trinidad le había puesto en el pecho la reliquia de la madre Laura. Daniel está aliviado. Ningún rastro de la enfermedad.
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