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Tras ocho años de la masacre de 119 habitantes en el interior de una iglesia estallada por las Farc, en la vieja Bojayá todavía existe un aire viciado por el duelo.
Hoy es domingo (ayer) en el corregimiento de Bellavista y la soledad, rastro de muerte, es una de las cicatrices del conflicto en Colombia. La comunidad negra de la nueva Bojayá baja al pueblo viejo en procesión, regresa al lugar donde sólo queda el rastro de la metralla, las perforaciones de fusil y los tristes recuerdos.
El pueblo, que antes albergó a más de 200 personas, hoy está convertido en un campo de ruinas donde algunos familiares de las víctimas van a llorarlos.
Una peregrinación encabezada por el padre Antún Ramos, quien vivió los horrores de la guerra, le dio la vuelta a la pequeña población, de la cual sólo queda la iglesia que fue reconstruida, una cancha de baloncesto y diez casas a la deriva que se hunden en el río Atrato.
El acto religioso comienza con cantos acompañados de tambores como rechazo a la tragedia ocurrida el dos de mayo de 2002.
Dionisio Valencia, un viejo trabajador de Bellavista, narra lo vivido tras la masacre: "recuerdo mucho a los compañeros que murieron, yo estaba dentro de la iglesia y un amigo de la casa cural que me dijo que me tomara una bebida y me invitó a salir. A los cinco minutos explotó la bomba y todos los que estaban conmigo desaparecieron. El río estaba rebelado y la gente no comía, la guerrilla de un lado y los paramilitares del otro".
Domingo Valencia, un hombre de 60 años, recuerda cómo cargó los cadáveres de sus vecinos. "Fui uno de los encargados de recoger a las víctimas del templo. El padre salió después de que cayó el cilindro a recoger sobrevivientes en un bote, rumbo a Vijía, pero la guerrilla no permitió el paso porque creían que iban paramilitares, alcanzamos a sacar varios heridos que tenían poca vida y gritaban clemencia".
Fidel León Cadavid Marín, obispo de Quibdó, dice que alcanzó a vivir momentos muy tristes y reconoce que muchos habitantes aún no se reponen porque fallecieron muchos menores de edad.
"Cerca de 40 niños, casi la mitad de población que murió en el templo. Por este hecho la guerrilla perdió todo el impacto político y militar ", explica el religioso.
Cuentan los pobladores que alias "Silver" y "El Manteco" fueron los autores del crimen. Los niños quieren ser militares porque piensan defender a sus familias.
Edwin, un menor de diez años, dice que "es mejor ser soldado que futbolista, porque con un arma puedo defender a mi mamá y jugando fútbol no puedo hacer nada por mi familia".
El alcalde encargado de Bellavista, Jacob Mena, expresa que "la verdad es que el pueblo ha cambiando muy poco, de pronto vemos unas casas de material y muy cómodas, pero con las casas no se vive, necesitamos programas más agresivos de agricultura que vinculen más al pueblo".
También hay clamor de justicia y reparación.