Impactante la fotografía que publicó El Colombiano -lunes 17- donde aparecen McCain y Obama caminando el uno hacia el otro, sonrientes, con la mano extendida y una actitud de franca cordialidad. Como las reinas de belleza, los políticos y ejecutivos de primera línea, se visten en forma idéntica, inclusive los zapatos; aquí las únicas diferencias estaban en el color de la corbata, la piel y pelo, y la edad. Imposible suponer que hace un mes rivalizaban con todas sus fuerzas verbales y económicas, para lograr uno de los puestos de mando más importantes del mundo.
Pasadas las elecciones, en lugar de iniciarse un orgulloso triunfalismo de un lado y un agrio resentimiento del otro, resulta conmovedora -¡conmovedora!- la demostración de que esos dos individuos de diferente edad, ambiente en el cual crecieron, experiencias de vida, realmente quieren más a su patria que a sus intereses personales. Es cierto que McCain sabe que de no participar en el gobierno de Obama, caerá en el olvido político, y Obama necesita de McCain para poder gobernar sin el rechazo entorpecedor del partido contrario; aún así admira la sonrisa sencilla, amistosa, con la cual extienden la mano para iniciar un trabajo coordinado con sus respectivas fuerzas. Para ambos los EE. UU. están primero que su rivalidad por el poder.
Entre nosotros se acostumbra que los derrotados se dediquen a criticar y obstaculizar el gobierno de su contrincante, agredirlo por todos los medios a su alcance, sin pensar en el bien del país o región que querían gobernar. Las transmisiones de las discusiones en el Congreso, además del mucho tiempo que pierden diciendo naderías, oscuridades o repeticiones, dejan la convicción de que en lugar de presentar propuestas que ayuden a mejorar la situación, se dedican sin tregua a atacar, no las medidas, sino al gobernante, grupo, entidad que las tomó. Se ha dado el caso de sesiones largas -hasta media noche-, agitadas, agrias, exclusivamente para atacar a un funcionario, a su familia, antepasados ya muertos, para que, de ataque en ataque, lograr disminuir su capacidad de concentrarse en sus obligaciones, por la necesidad permanente de tenerse que defender. Al oír, no sus soluciones, propuestas, sugerencias, sino ataques -cuando no insultos-, resulta evidente que a esas personas el país no es lo que les importa, sino la destrucción de quienes están a la cabeza de las diferentes ramas de mando.
En esta línea de comportamiento, están algunos columnistas que se limitan a criticar sin proponer jamás una solución, ni destacar alguno de los muchísimos trabajos positivos, estudios, programas, que a cada día se realizan en el país y que, finalmente, son los que lo mantienen caminando.
A los gringos les hemos copiado el halloween, el santaclós, el árbol de navidad, el perro caliente, la hamburguesa y otros etcéteras: ¿no podríamos imitar su patriotismo? A nivel local, por ejemplo, ¿qué tal si dejan gobernar al alcalde?
Otros asuntos: cuando a un ingeniero se le cae un puente o a un médico se le muere un paciente, las críticas recaen sobre el individuo y no sobre el gremio. Debería tenerse el mismo criterio cuando un sacerdote o un militar cometen un error o una falta grave; más si se tiene en cuenta que, en casos de emergencia, acudimos en busca de sacerdotes o militares y consideramos que tienen la obligación de ayudarnos ¡de afán!
Alguna vez lo dije con relación a la certificación de Colombia -que se había vuelto vital- y ahora lo repito: Cervantes pudo manco, Beethoven pudo sordo, Bach pudo ciego: ¿será que Colombia no puede sin el TLC?
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