"Mirémonos frente a frente, somos hiperbóreos". Tan maravilloso arranque no es mío -ya me gustaría- sino el inicio del Anticristo de Nietzsche. Lo que el genial filósofo germano pretendía explicar con el mito helénico de la Hiperbórea -la remota tierra del norte de la Tracia donde habitaban dioses inmortales- es que el superhombre caminaba hacia una era en la que superaría sus temores atávicos por siempre jamás. La mayor de ellas, el miedo a la muerte.
Como Nietzsche acabó tarumba de tanto leer esos seriales sin final llenos de cíclopes, incestos, asesinatos y demás recursos de la imaginación que conforman la mitología griega (siempre superados por la realidad) no daré a su pensamiento mayor trascendencia de la que tiene. Pero vayamos más lejos.
Ya que cada cual acomoda las cosas a su antojo, a mí la cita de marras me revela la necesidad de quitarnos las caretas en cualquier situación, de mostrarnos y expresarnos tal cual somos para alcanzar la felicidad y el progreso.
No es fácil y por supuesto la regla debe estar sujeta a los convencionalismos sociales, la salvaguarda para no molestar al vecino con un arranque de espontánea sinceridad ajena. En la era de lo políticamente correcto, sometidos como estamos -en especial los personajes públicos- al escrutinio de las masas y de las poderosas redes sociales 24 horas al día durante todo el año, un arranque de sinceridad, por valentía o locura, es siempre de agradecer. Rompe al menos la salmodia con la que los políticos pretenden adormecernos, en un guión escrito al gusto del consumidor, para no despertar nuestra ira bajo ningún concepto.
No estoy defendiendo las charadas del Cantinflas bolivariano y de sus primos hermanos del Alba, entre otros, sino la necesidad de llamar a las cosas por su nombre y decir las verdades del barquero aunque en ello nos vaya en juego el escarnio público, la horca de estos civilizados tiempos.
Sé que el arranque "hiperbóreo" de Santos, más allá de cualquier atadura diplomática, en la cumbre de Guatemala ha sido duramente criticado y puede que con razón. No es propio de él y quizá por ello tenga más valor aún. Quizá también fuera una impertinencia acusar sin señalar a varios de sus homólogos centroamericanos de ser cómplices del narco, pero lo que dijo Santos es lo que pensaba en ese momento, con o sin razón, el 90% de la opinión pública mundial (en un sondeo realizado por mí mismo; margen de error: enorme).
"Yo les aseguro, y perdónenme que sea tan franco, que aquí en está reunión hay mucha gente que está a sueldo de los narcotraficantes", dijo la pasada semana en la Cumbre de Seguridad Centroamericana. Un secreto a voces que dejó perplejo a más de uno.
Habrá quien diga -la opinión es libre- que quien primero apunta algo oculta y que una denuncia al viento nada cambia, pero eso no empaña el hecho de que alguno de los jefes de Estado presentes respalda activa o pasivamente el blanqueo de capitales provenientes del narcotráfico. El boom inmobiliario de más de una capital centroamericana, por poner un ejemplo, está íntimamente vinculado con la lluvia del dinero negro de la droga. Es irrefutable. Ocurrió en España, ocurre ahora en Iberoamérica y otros mercados emergentes y volverá a repetirse así mil veces en el futuro. Siempre hay quien olvida preguntar de dónde viene la plata. Es un mal negocio a largo plazo, pero sirve para que algunos se llenen los bolsillos. Esos son los que deberían sentirse incomodados por Santos. Los cómplices del narco, sus abogados y sus banqueros. Sin ellos no sería posible tanto sufrimiento.
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