Al maestro Andrés Orozco solo hay que insinuarle la pregunta para que se vaya, como si estuviera en un concierto, con la batuta. Además de director es un buen conversador y un buen reidor. Se ríe estruendoso de lo que dice con humor.
¿Por qué dirigir la Orquesta Sinfónica Eafit?
Por muchas razones, primero por una relación muy estrecha, casi familiar, sobre todo con la maestra Cecilia. Ella me dio mis primeras clases de solfeo y me regaló mi primera batuta. La Orquesta es muy generosa: decida qué quiere hacer, diga la obra que quiere trabajar y con quién quiere trabajar ".
Eligió Stabat Mater de Rossini y como le gusta combinar, está la Orquesta Eafit, lo local, y los solistas Mariana Ortiz (soprano), Katiuska Rodríguez (mezzosoprano), Hans Mogollón (tenor) y Alexis Trejos (bajo). Es el tercer concierto de temporada de la Orquesta y el primero de este año del maestro Orozco en Colombia y en su ciudad natal.
¿Por qué la eligió?
Decidí hacer una obra que además la quiero y necesito en mi repertorio y como me dieron esa carta blanca dije, vámonos con ella. Es preciosa, con un Rossini que es poco habitual, diferente al del Barbero y sus cosas más bufas y melodías y estructuras relativamente sencillas. Esta es una obra seria.
¿Qué tiene de diferente?
Es una especie de oración que Rossini escribió muy al final de su vida, está incluso en dos partes. Es interesante porque ya Rossini estaba muy mayor, me imagino que había comido mucha pasta (risas) y estaba muy gordo, a punto de explotar. Empieza a descubrir unas armonías, unos colores sobre todo en la parte vocal muy interesantes. No es el típico Barbero, La Cenicienta, o todas estas cosas de Rossini que tienen un tratamiento más jocoso, más ligero. La exigencia vocal que exige la obra es enorme. Cada solista tiene su trocito musical y todos son muy difíciles.
¿Qué tan cercana es para el público?
La estructura es más rica, más profunda, sin embargo, y eso es lo que la hace una obra muy especial, no entra en lenguajes que exijan demasiado, que sean muy sofisticados. Casi todos los números tienen dos o tres secciones y luego se repiten. Para quien lo escucha es muy agradable, porque lo reconoce.
El maestro va contando, moviendo las manos, emocionándose. No le interesa que se quede en el aire el lenguaje musical que no entiende alguien que no es músico. Entonces explica. Entonces aconseja.
La invitación es que cada cual en su manera de entender a Dios, la religión o a María en este caso, entre a esa reflexión, a ese momento místico, con un texto profundo del dolor de una madre. Sentir cómo trabaja eso Rossini en el lenguaje musical. Ojalá que al final la gente haya vivido un concierto trascendental en su escuchar, que pueda disfrutar de la música, que salga una lagrimita, unos pelitos de punta. Que la gente que entre lo haga con ganas de dejarse tocar de manera profunda.
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