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Un testimonio llamado Nennolina

15 de junio de 2009
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Hace poco conversé con Margherita Meo, una mujer italiana de 87 años que vive en el centro histórico de Roma. Tuvo dos hermanos que murieron cuando eran pequeños, una de ellas se llamaba Antonieta (1930-1937).

La pequeña difunta es más conocida como la Nennolina. El Papa Benedicto XVI la declaró venerable en el año 2007 y podría ser la beata no mártir más joven de la historia del cristianismo. Murió a los seis años y medio de un cáncer óseo que comenzó en la rodilla.

Sus compañeros de colegio, varios de ellos viven aún, la recuerdan como una niña alegre, inquieta y a la vez espiritual. Ella ofreció sus dolores por la conversión de los pecadores, por las almas del purgatorio y por las víctimas de la guerra.

En su breve vida escribió 162 cartas o poemas a Jesús, recogidas en un libro llamado "Con ojos simples". Detrás de las frases sencillas hay un sorprendente contenido místico y teológico. "Jesús, dame la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal", decía.

A causa del osteosarcoma, a Nennolina tuvieron que amputarle la pierna izquierda el 25 de abril de 1936. Recuerda la anciana Margherita que sus padres sufrieron al pensar cómo sería el dolor de su hija. Sin embargo, al despertar, ella en lugar de quejarse respondió: "le he dado mi pierna a Jesús".

"La primera noche tras la amputación fue terrible", testimonia Margherita, quien tenía 15 años cuando murió su hermana. "Pero todos sus dolores los ofrecía. Hasta el punto de que, cuando se cumplió un año de esta operación, ella lo celebró muy contenta, porque era un año de ofrecimientos a Jesús".

Cuando caminaba, apoyada de su pierna derecha y su prótesis, repetía: "Que cada paso que doy sea una palabra de amor". "Los medicamentos provocaban mucho dolor y ella se ponía pálida, temblaba", me contaba Margherita.

Pero el cáncer ya había hecho metástasis. En mayo de 1937 Antonieta tuvo que interrumpir la escuela. Entró en el hospital donde comenzó su agonía durante un mes y medio hasta que murió.

Cuenta su madre, en un diario que años después de su muerte fue publicado, que las enfermeras que la cuidaban no entendían cómo la pequeña no se la pasaba llorando a gritos."Jesús, yo te doy las gracias porque tú me has mandado esta enfermedad, pues es un medio para llegar al paraíso", decía.

En sus funerales los sacerdotes no quisieron utilizar el color negro sino el blanco, porque decían que había muerto un ángel. Hoy miles de personas en Italia y el mundo se han visto edificadas con el testimonio de esta breve pero fructífera vida, con una inquebrantable fe en medio de una vida sencilla.

"Tú has sufrido tanto en la flagelación con paciencia y yo quiero aprender que si me dan cualquier golpe o si me hacen cualquier desprecio no lo debo devolver sino que debo tomarlo con buenos modos por amor a ti", decía la pequeña venerable en una de sus cartas.

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