Trigésimo domingo ordinario
"Un fariseo le preguntó a Jesús: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Él le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". San Mateo, cap. 22.
"Escucha Israel: Yahvé nuestro Dios es el único. Amarás a Yahvé con todo tu corazón, con toda tu alma". Es éste el "Shemá Israel Adonai" que todo buen israelita repite varias veces al día. Equivale a una profesión de fe y debió ser la última plegaria que rezaron muchos de nuestros hermanos judíos en los campos de exterminio de la Gestapo.
A la pregunta del fariseo sobre el principal mandamiento, entre la complicada urdimbre de preceptos que pesaba sobre el pueblo, el Señor lo invita a devolverse a un texto del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios"? Los evangelistas tomaron este pasaje de frecuentes comentarios escuchados en las primeras comunidades cristianas. Lo cual demuestra su importancia.
Porque esta palabra de Jesús le da un giro a las relaciones entre los creyentes y Dios, proyectando todo el Antiguo Testamento con sus preceptos y sus tradiciones, hacia algo muy simple y total. Podríamos afirmar que antes de Cristo, lo esencial era: Cumplir. Ahora en la Nueva Alianza, lo principal es: Amar.
Pero el Señor complementa su respuesta con una cita del Levítico: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Y añade enseguida: "El segundo mandato es semejante al primero". Como quien dice: Este segundo precepto sube de categoría, poniéndose a la par del amor al Señor. Con razón afirma un autor: El amor a Dios pasa siempre por la casa de los hombres.
Nos han enseñado que un trabajo de síntesis denota más sabiduría que la tarea de análisis sobre determinado tema. Por lo tanto, muchos cristianos hemos quedado en déficit, al no haber sabido armonizar esos tres amores que nos presenta el Maestro: A Dios, al prójimo y a nosotros mismos.
"Con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente", respondió Jesús a aquel fariseo. Y los rabinos añadían: "Con todas tus fuerzas, con toda tu vida". Un proyecto de plena integración. Un solo esfuerzo en varias direcciones.
¿Entonces cómo avanzaría este ejercicio de amor? El ácido sulfúrico, el nitrógeno, el azúcar, el cloruro de sodio. Cada uno de estos cuerpos químicos posee una naturaleza inconfundible. Y los filósofos definen naturaleza: Aquello por lo cual una cosa es lo que es.
Del mismo modo, la naturaleza de Dios es ser Amor. Si bien nuestras analogías aplicadas al Señor serán siempre inexactas.
Sin embargo, todo esto nos enseña que donde haya amor verdadero, o por lo menos amor que quiere, paso a paso purificarse, allí está Dios. Y nunca Él se incomodará frente a los demás amores. Como tampoco se molesta el sol ante unas pobres lámparas de barro, ante el fuego que arde en las casas campesinas, ante la feria de luces de nuestras Navidades. Menos aún frente el resplandor de los astros.
San Pablo escribiendo a los efesios, les dice: "Dios es uno solo, Señor y Padre, que está sobre todos y está en todos".
Cabría también traer aquí aquella fórmula que repetimos durante la Misa, refiriéndola a nuestros diarios amores: "Por Él, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente".
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