Si viaja a Río de Janeiro en Brasil, encontrará que reconocer a los ricos y a los pobres es un concepto que el Gobierno ya estableció de forma física. Un muro que separa a 11 favelas de las zonas ricas ya es casi una realidad, solo faltan un par de kilómetros para su culminación. A pesar del anuncio del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, de la construcción de más de un millón de casas populares, esta división causa rechazo entre la clase pobre y obrera de la potencia suramericana.
Las favelas de Dona Marta; Babilonia; Chapéu; Mangueira; Vidigal; Morro dos Cabritos; Parque da Cidade; Cantagalo y Pavão Pavãozinho; Ladeira de Tabajaras y la Rocinha, enfrentan un problema de violencia mucho más álgido de lo que podemos ver en algunos barrios de Medellín.
Esta problemática se desplazó a los barrios de estrato alto de Río por lo que el Gobierno buscaba alguna forma de controlarla bajo la presión de comerciantes y ricos líderes políticos.
Lula justifica la estructura de 3 metros de alto y una extensión que alcanzará los 11 kilómetros de largo como una forma de proteger la fauna y los bosques de Río de Janeiro de la contaminación generada por el hombre.
Una aseveración que critica el analista y periodista uruguayo radicado en Brasil, Pedro Varela. Según Varela, si a Lula le interesa tanto el ecosistema, ¿por qué insiste en una gigantesca planta hidroeléctrica sobre un río de la amazonía brasileña?.
Para el comunicador, está claro que la división es simplemente una forma de separar, "de discriminar y señalar quiénes son pobres y quiénes ricos".
"Es cierto que hay un problema de violencia muy grave, pero no podemos aislar a las personas y dejar que se maten como animales", explica Varela.
El muro la dejó sin empleo
Aline Moreira es una madre soltera y cabeza de familia radicada en la favela de Dona Marta. Ella se desempeñaba en el servicio doméstico en una casa de Gavea, uno de los barrios más ricos de la ciudad.
Sin embargo, hace 3 meses perdió su empleo ya que con la división del muro, desplazarse a su lugar de trabajo es casi imposible, no posee ni el dinero ni los medios para hacerlo.
Ahora teme que su hijo Edson de 16 años engrose una de las muchas bandas delincuenciales de la zona para conseguir dinero y termine muerto.
Aline vive ahora de la caridad de una de las comunidades cristianas que prestan apoyo a estos barrios en Brasil, y está resignada a acostumbrarse a vivir con el muro.
"Ha habido tanta injusticia que una más no hace ninguna diferencia".
El experto brasileño Beto Almeida, dijo que otro de los aspectos que el gobierno de Lula no tiene en cuenta, es que los barrios más pobres de la ciudad, suman más del millón de habitantes, que "ya viven en condiciones de hacinamiento y pobreza extrema, conviviendo a diario con la delincuencia, las drogas, la falta de atención médica y de educación".
Además, agrega que "a pesar de las desigualdades en Río, las 33 regiones que agrupan 159 barrios siempre fueron zonas abiertas para su comunidad y los turistas".
Un detalle lleno de contraste es que los obreros que construyen el muro están armando su propia celda, pues ellos pertenecen a las favelas rodeadas.
Puede que la presión que está ejerciendo la clase obrera y las críticas por esta barrera hagan examinar a Lula y al gobierno de la ciudad de Río esta obra, pero por ahora, cuesta creer que en la actualidad aún existan barreras físicas entre las personas que en vez de buscar la unidad nos alejan más el uno del otro.
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