El pasado 8 de octubre asistí a un evento lleno de vida y esperanza, de ilusiones y posibilidades, de construcciones sentidas; un memorable evento de educación con calidad. Los maestros, los alumnos y los directivos de dos instituciones educativas, Héctor Abad Gómez y la Independencia, se dieron cita para presentar los procesos y los hallazgos realizados durante dos años, en el encuentro denominado "Experiencias de una escuela posible". Las voces, los saberes, las imágenes y los imaginarios circularon por el recinto, por las venas de quienes extasiados evidenciábamos la idea de que es posible otra escuela. El sueño se hacía realidad: la concreción del compromiso cotidiano que tejió espacios y tiempos para otra escuela, un proyecto que se dedicó a escuchar, a exaltar la existencia del maestro como intelectual.
Vivenciar las experiencias en las voces de maestros y alumnos, en cada uno de los módulos, producía una gran emoción, un profundo sentimiento de admiración y reverencia por esos seres que en los tres foros programados: "Inclusión y convivencia", "Liderazgo pedagógico" y "Redes de maestros", concentraron las preocupaciones de la escuela, nos regalaron nuevas maneras de enunciar, nuevos lenguajes y tonos diferentes, entretejidos con historias reales de compañía y de soledad.
Asistimos a un recorrido por sus comunidades, por sus gentes; la magia parecía dibujar sus palabras, algunas tímidas y livianas, y otras, con una fuerza inusitada que expresaba la satisfacción de saberse parte del acontecimiento, de las historias de vecinos que reconocen, de reencuentros y nostalgias.
Esta novedosa puesta en escena, en la cual el colorido, las imágenes, las experiencias, las vidas mismas nos transportaban a un mundo simbólico lleno de vida y de emotividad, se constituye en un acontecimiento académico singular, en un encuentro frente a frente con los muchos rostros de la calidad, esa que se deja leer en las prácticas de los sujetos que la habitan, en los contextos que la circundan y la atraviesan y en las gramáticas de las disciplinas.
Este acontecimiento académico antojaba, permitía formatos propios, sin palabras ajenas a sus letras, a sus vidas. Allí se vivía la diversidad de la escuela en la singularidad del maestro. Se comprendía que la educación es parte de la construcción de formas y esquemas de leer la ciudad y la escuela, desde la óptica de lo que se produce en el salón, en el patio de recreo, en la clase o en la salida pedagógica, pues el saber producido en la cotidianidad, las pequeñas cosas, son las que generan las transformaciones, enunciadas en la voz de los niños que presentaron sus experiencias, en el expresivo joven que narraba con voz apacible la cercanía a su sueño de ser presentador de televisión, mientras rodaba las imágenes y las entrevistas realizadas en su proyecto.
La inquietud sobre la experticia y el saber de los intelectuales de la pedagogía y campos afines y su incidencia en el maestro de base, se aclaraba en la respuesta de que los expertos eran todos los que así nos mostraban sus vivencias, justo ante nuestros ojos, en medio de un verdadero mosaico de palabras, hallazgos, recuerdos y experiencias que indicaban otras formas de aprender, de enseñar, de pensar, de escribir, de leer, de una escuela posible.
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