En estos tiempos de corrupción, violencias que no paran y crisis económicas, querer ver una película romántica es casi una declaración de principios. Es decirle al mundo que uno todavía cree en fantasías como el amor eterno o la paz mundial. Por eso no se puede juzgar una cinta como Votos de amor con los mismos parámetros con que lo haríamos con un drama realista o con un documental; desde el comienzo, el pacto con la audiencia en este tipo de historias es el de suspensión de la incredulidad: por más enrevesada que sea la trama que nos presentan, uno se sienta en su butaca dispuesto a creer.
El pacto se hace necesario desde el inicio gracias a lo forzado de la anécdota que funciona como punto de partida: Paige y Leo, un matrimonio feliz y enamorado, tiene un accidente automovilístico. Mientras a él sólo deben curarle algunos rasguños en el hospital, ella sufre una conmoción cerebral. En medio de la espera por el despertar de ella, algunos recuerdos de su marido, presentados como flashbacks, nos cuentan cómo ha sido su noviazgo, qué tan felices son, por qué parecen haber nacido el uno para el otro.
Sin embargo, al despertar, Paige no recuerda nada: ni que ese tipo musculoso y bien parecido que la espera frente a la cama es su esposo, ni que es una exitosa escultora. La amnesia no podría haber sido más selectiva: se ha llevado de su memoria exactamente los últimos cinco años de su vida, que son el tiempo que ha pasado con Leo. Para complicar más las cosas, aparece la familia de Paige queriendo aprovechar el accidente para recuperar a la hija que los abandonó sin razón aparente. El drama está servido. Como parte de la audiencia nos ponemos en el lugar de Leo y nos conmovemos. ¿Qué pasaría si todos los buenos recuerdos nos fueran arrebatados en un día y la persona que amamos nos mirara como a un extraño?
En otras manos y con un guion más reflexivo y menos superficial, Votos de amor pudo haber sido un film precioso, porque habría podido dedicarle más tiempo a un tema que toca sólo tangencialmente: qué tanto somos los instantes que hemos vivido. En las de Michael Sucsy, cuya experiencia previa se reduce a haber dirigido Grey Gardens, una sobrevalorada producción hecha para televisión, todo se queda en esa triste medianía en la que se mueve la mayor parte del cine estadounidense, que no conmueve pero tampoco aburre. Los personajes secundarios aparecen como marionetas que están ahí para decir un par de cosas que necesitaba el guionista: ni nos importan ni le aportan a la trama. La fotografía es correcta pero no hay un solo plano que sea memorable. Y la poca química entre Channing Tatum y Rachel McAdams, los actores protagónicos, no hace mucho por mejorar la situación.
Lo bueno es que Votos de amor logra lo que queríamos. Al verla, sentimos que pasamos un rato agradable. Lo malo es que no todo se debe a las cualidades de la película. Se debe a que seguimos siendo unos románticos empedernidos, que nos alegramos cuando un romance, por simple que sea, termina bien.
Pico y Placa Medellín
viernes
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