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Y SE LA JUGÓ

  • Y SE LA JUGÓ
23 de octubre de 2012
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"¿Uribe?".

"La voz en el teléfono era de un importante político colombiano. No revelaré su nombre por respeto a nuestra conversación privada. Me llamaba para hacerme una petición que ya había escuchado en varias ocasiones durante esos días tensos: debía desactivar la crisis con Ecuador y Venezuela, pidiéndole al ministro de Defensa, Santos, su renuncia, como un gesto de contrición por parte de Colombia".

Esto lo narra en su libro el expresidente Álvaro Uribe , al describir la crisis que se desató con los países vecinos a raíz de la muerte del guerrillero alias Raúl Reyes , camuflado en campamentos levantados en la espesa selva ecuatoriana.

¿Cuál habría sido la suerte política del hoy presidente Santos si Álvaro Uribe hubiera hecho caso al dirigente -acaso un expresidente liberal- que le aconsejó entregar, como valioso trofeo al eje Chávez/Correa, la cabeza del entonces ministro de Defensa? ¿Habría calmado con esa inmolación la desmesurada reacción del incómodo dueto de vecinos?

¿Qué habría sido del inmediato futuro político de Santos si Uribe da el brazo a torcer?

¿Habría terminado o retrasado su ciclo de aspirante presidencial? ¿Habría salido como una víctima para proponer su candidatura, dura respuesta a los nuevos césares latinoamericanos? ¿Le hubiera sido posible ganar la Presidencia y desde ella pasar la cuenta de cobro, alejando toda posibilidad de entendimiento con el hoy "su nuevo mejor amigo"?

Quizá esta actitud tan radical y definitiva de Uribe, de no entregar a su entonces ministro de Defensa a que lo devoraran a dentelladas los autócratas, pesa e influye en la voluntad de Santos, para que este no se haya atrevido aun a polemizar con acritud con su antiguo jefe.

¿Habrá acaso un atisbo de gratitud o de simple reconocimiento -tan escaso en la vida política- que le impida a Santos levantar airadamente la voz, cuando Uribe lo zarandea en forma tan drástica como pública?

Uribe Vélez, y así lo revela en sus memorias, resistió toda clase de consejos -y de consejas- para que entregara a Santos al sindicato de fanfarrones que manejan aquellos países como capataces de sus propias haciendas.

Se la jugó por éste, sin ningún cálculo de riesgo, quizá conociendo de antemano las astucias políticas del hábil jugador de póquer.

Fue solidario con quien desde el mismo día de su posesión lo desafió, al nombrar ministros que no podían ver a Uribe ni en pintura. El país los conoce en sus fortalezas y defecciones, que no son ajenas al espíritu contradictorio de la condición humana.

Es interesante el libro de Uribe Vélez.

Despertará indudablemente polémica, porque no está redactado a medias tintas ni en lenguaje empalagoso o fantasioso.

Constituye un acertado referente para seguir construyendo la memoria histórica de la política colombiana, como en su momento lo hicieron con sus reminiscencias presidenciales -unas mejores que otras- Alberto Lleras, López Michelsen, Misael Pastrana, Carlos Lleras y, mucho antes, Rafael Reyes.

Son compendios de las grandezas y miserias de la política nacional. Y repasos que en muchas páginas cuando se retratan a determinados actores, dejan en total vigencia aquello de Montaigne de que "el hombre es una cosa vana, variable y ondeante".

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